Recursos marinos antárticos bajo la lupa Científicos argentinos evalúan en los mares australes los recursos de krill, pez de hielo y merluza negra. Éstos dos últimos, en problemas, según advierten. Por
Cecilia Draghi (*)
Los mares australes, famosos por su dureza, albergan recursos vivientes que han sido explotados desde al menos el siglo XVIII. Focas y ballenas fueron sucesivamente depredadas en pulsos de explotación que condujeron sistemáticamente a grandes reducciones en sus poblaciones. Desde 1982 se encuentra en vigor la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA) en el marco de la cual la Universidad de Buenos Aires, el Instituto Antártico Argentino - Dirección Nacional del Antártico (IAA-DNA) y el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP) llevan adelante tareas de investigación en la región de las Islas Georgias del Sur. Como un punto diminuto en esos mares y bajo un cielo frecuentemente gris, el buque de investigación del INIDEP, Dr. E. Holmberg, cumple a rajatabla la jornada de labor. En medio del agitado trajín, un puñado de hombres y mujeres miden, pesan y conservan muestras de los ejemplares extraídos de las aguas. Entre ellos, es posible hallar al doctor Enrique Marschoff y a la licenciada Beatriz González, directores de proyectos de investigación del IAA y la UBA en colaboración con el INIDEP, que hacen especial énfasis en tres especies: krill, pez de hielo y merluza negra. «Estos dos últimos están en problemas», subrayan los investigadores, ahora en tierra firme y desde el laboratorio de Biometría de la FCEyN. La merluza negra, muy buscada
¿La principal dificultad para administrar la merluza negra? «El mayor riesgo es su alto valor comercial. Es un cotizado plato -indican- en restaurantes de Japón, Estados Unidos o Europa. Al llegar a puerto ya el kilo se paga de 7 a 10 dólares». Este atractivo precio de mercado lleva a buscarlo hasta las grandes profundidades donde habita. «Como se los encuentra entre los 800 y 3000 metros de profundidad y en fondos muy rocosos, no se los puede atrapar con redes. Su captura se realiza con anzuelos en espineles de 10 a 14 kilómetros de largo». Aquí se presenta un problema adicional. «La carnada atrae a las aves, que no sólo tragan el alimento sino también el anzuelo y éste termina matándolas. Como consecuencia se observa una gran merma en las poblaciones de albatros y petreles». En este sentido, ambos investigadores señalan la adopción por la CCRVMA de medidas tales como la obligación de emplear líneas espantapájaros, prohibición de operar en las épocas de reproducción de las aves, entre otras. «Lamentablemente -coinciden- estas normas de protección sólo son cumplidas por los barcos que operan legalmente mientras que una importante flota lo hace fuera de control alguno». Si bien la captura accidental de aves ha disminuido, sigue siendo tema de preocupación. Los mayores ejemplares superan la estatura humana y los 100 kilos de peso. A partir de los 10 años, esta especie, también llamada bacalao de profundidad, alcanza la madurez sexual con una baja tasa de reproducción. No resultan prolíficos, pero sí longevos, se habla de ejemplares que alcanzaron los 70 años de edad, aunque el promedio rondaría las tres décadas de vida. «Si se entiende conservación como el uso racional de los recursos, a este animal habría que dejarlo tranquilo en el agua -plantean-. No es racional pescar una especie marina y a la vez matar aves que se encuentran en peligro de extinción, sobre todo si se tiene en cuenta que la captura de merluza negra no es importante en la alimentación humana». En este sentido, comparan a modo de ejemplo: «El volumen de su extracción anual en todos los mares del mundo (unas 45.000 toneladas) podría obtenerse en carne de vaca en un campo de La Pampa de 30 kilómetros de lado». Pez de hielo, ayer y hoy
Otro habitante de las profundidades marinas es el pez de hielo. Al comienzo de la pesquería, en la década de 1970 se extraían unas 130 mil toneladas anuales en la región de las Islas Georgias del Sur. «En este momento la captura autorizada es de 2 mil toneladas al año porque la población cayó, y no muestra signos de recuperación desde hace doce años cuando colapsó por la sobreexplotación», subraya el biólogo Marschoff. La CCRVMA autoriza su pesca a partir de los 24 centímetros de largo, aunque pueden llegar a medio metro, «talla que era mucho más frecuente al inicio de la pesquería que en la actualidad», indican. Es posible hallarlos en cardúmenes formados por peces de tamaño similar, -se supone que para nadar a la misma velocidad-. Este desplazamiento en grupo cumple una importante función biológica ya que disminuye, para sus integrantes, la posibilidad de ser predados. «Los datos recogidos en los cruceros de investigación indican la existencia de mortalidad depensatoria. Es decir que los peces grandes muestran más probabilidad de morir que los pequeños», precisan. Una de las hipótesis que el equipo intenta probar es que «si la densidad de peces de cierto tamaño cae por debajo de un umbral, ya no pueden formar cardúmenes que les sirvan de protección y resultan así fáciles presas de ataque». De este modo, no se aplicaría aquí el principio de que ‘el pez grande se come al más chico’. Pero esto no sería la única consecuencia: «ya que la existencia de este tipo de mortalidad iría contra la lógica usada en los modelos matemáticos aplicados para calcular los límites de captura», observa González, licenciada en matemática. Krill, aún no muy explotado Al igual que el pez de hielo, el krill se mueve en cardúmenes muy densos. Alcanza 3 a 4 centímetros de largo y es el alimento de gran parte de los animales australes. Desde 1985, la CCRVMA monitorea el estado de las poblaciones de los predadores de esta especie, tarea que Argentina realiza en las bases antárticas Jubany, Esperanza y Orcadas. «Las
oscilaciones que se registran últimamente son normales. Pero hoy no es
un recurso muy rentable a nivel económico», aclaran. «No sabemos
qué pasará cuando su precio sea atractivo para el mercado. En especial
porque el lugar de pesca coincide con el área donde se reproducen focas
y pingüinos a los que podría llegar a faltarles el alimento», advierten
mientras aguardan volver a lanzarse al mar en cruceros de investigación
pesquera, que «fueron suspendidos -concluyen- por razones presupuestarias
y de falta de disponibilidad de buques».
(*) Centro de Divulgación Científica - FCEyN.
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