Entrevista
a Eugène Enriquez El filósofo francés llegó a la ciudad de Córdoba en el mes de mayo para dictar un seminario en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Enriquez aseguró que la lucha social es necesaria y vaticinó que si los políticos de Latinoamérica continúan prometiendo más de lo que pueden hacer, la región podría tener el mismo final que la Unión Soviética. La noción de que la democracia es una construcción colectiva que se funda lentamente desde la base social, y que no se pueden esperar “milagros” por parte del Estado o líderes políticos para encaminar una nación, es una idea fundamental en el pensamiento de Eugéne Enriquez. Filósofo, profesor emérito de sociología de la Universidad París VII Denis-Diderot y jefe de redacción de la Revista Internacional de Psicosociología, el intelectual visitó la Universidad Nacional de Córdoba, invitado por las facultades de Filosofía y Psicología de la Casa de Trejo. En la oportunidad, dictó el seminario “La intervención psicológica: un debate sobre las teoría y las prácticas”, llevado a cabo el 17 y 18 de mayo en el Pabellón Residencial de Filosofía. Durante esta entrevista, Enriquez analizó la situación de la democracia en Latinoamérica, el futuro de la educación pública y gratuita, y el papel de las instituciones frente a los movimientos y cambios sociales. En Latinoamérica, donde la mayoría de los países no tiene tradición democrática y existen profundas desigualdades sociales. ¿Cómo se mantiene este sistema? La democracia es una gran pasión y una larga lucha, y es necesario que las personas deseen verdaderamente ser democráticas. Pero el primer deseo de quienes no han vivido en democracia es tener un hombre providencial y salvador que pueda realizar esos deseos; esto explica en gran medida el populismo en América Latina. Además, desarrolla en ellos la idea de que el Estado puede ser todopoderoso y responder a todas sus necesidades. Por eso, es importante que los hombres logren ser lo más autónomos posible, y no esperen que el Estado o el jefe sean “la lluvia y el buen tiempo”. Para que el aprendizaje de la democracia tenga lugar, es necesario que comience desde la escuela primaria, es decir, que desde muy pequeños los hombres puedan aprender a autorrealizarse y tener confianza en sí mismos. En consecuencia, a nivel de la sociedad civil, las relaciones entre hombres y mujeres deben ser más igualitarias, donde cada uno pueda respetar al otro en su alteridad y diferencia. En países marcadamente machistas, en los que es evidente que no hay igualdad entre ambos sexos, las organizaciones de mujeres tienen que reivindicar sus derechos con firmeza. También es importante que, en las ciudades, las asociaciones barriales puedan autorganizarse y plantear reivindicaciones en torno al poder central, siendo conscientes del límite que tienen. Además, debe existir la posibilidad de un control efectivo por parte del pueblo respecto de las decisiones políticas, donde cada uno se sienta responsable de la vida de los otros en una nación. Para esto hay que tener paciencia; es un proceso que se desarrolla lentamente en el cual es necesario que existan luchas, porque la democracia no es un régimen estable: de alguna manera, hay que reinventarlo todos los días. La revolución no se puede hacer en un día, sino que se lleva a cabo en los actos y el trabajo diario; y sólo a través de estas microrrevoluciones se pueden producir cambios profundos. Por eso, creo que tenemos mucho trabajo por hacer. Según su opinión, la lógica de mercado ha ido creando mecanismo corruptos en las democracias. ¿Qué efectos produce esto en las instituciones y particularmente en las universidades? Cuando hay corrupción a nivel político existen tres consecuencias posibles en el ámbito universitario. La primera, es que se corrompe el sistema y éste deviene cada vez más competitivo, donde cada uno siente que en esa competencia va a lograr el éxito, no importa qué medios utilice. Por ejemplo, en muchos países de África se puede acceder al diploma comprándolo. Otra reacción posible, de tipo nihilista, es que las personas se sientan a disgusto con lo que sucede, y esto se puede traducir en una desvalorización general, al estilo de “todo el mundo está podrido”. El resultado es la falta de confianza en el país y en ellos mismos. Esto puede traer consecuencias neurotizantes y aún patológicas, porque cuando no hay esperanzas de cambio, las personas pueden tener tendencia a autodestruirse. La tercer posibilidad es que se tome conciencia de este fenómeno de corrupción y, a partir de ello, se trate de instaurar un régimen que restablezca la dignidad de los hombres. En este contexto, no hay que olvidar que en el origen de los grandes movimientos sociales siempre ha estado presente el germen de los estudiantes; y no sólo a partir del siglo XX, también en el siglo XIX. Por ejemplo, el inicio de la liberación de Bélgica de los Países Bajos estuvo promovido por movimientos estudiantiles. También pasó lo mismo en Italia, cuando se produjeron las primeras manifestaciones de protesta contra la dominación austríaca, y otro tanto en la revolución rusa, en la de China y en las revueltas de América Latina. Me parece que, entre los estudiantes, existen las dos primeras tendencias, pero la dirección más fuerte es la de tener esperanzas en un porvenir en el cual puedan realizarse. Por eso, tengo mucha confianza en los movimientos estudiantiles. En un mundo globalizado donde impera la lógica de mercado, ¿cuáles son las posibilidades de supervivencia de la educación pública y gratuita? Evidentemente, la tendencia es hacia la privatización generalizada. Pero yo no creo en esto. Actualmente, existen muchas fuerzas de resistencia a la globalización, incluso en Estados Unidos, donde Toni Negri, un antiguo revolucionario italiano, evoca permanentemente a los movimientos universitarios y obreros. Por eso, no hay que caer en el fantasma de la globalización porque tiene más contradicciones de las que uno imagina, contradicciones entre los intereses de los distintos países, y entre los pueblos y sus diferentes problemas. En este sentido, podemos decir -como una verdadera ley sociológica- que cuando algo quiere imponerse totalmente, es el momento en el que las cosas comienzan a bascularse hacia el sentido contrario. Recuerdo que hace diez años se decía que Estados Unidos iba a ser la única gran potencia mundial y, justamente, fue entonces cuando comenzó su decadencia. Pero yo también expresé -y creo que esto que voy a decir no es muy científico- que en veinte años Estados Unidos se disolverá como se disolvió la Unión Soviética. Por eso insisto en que no tenemos que creer que estamos en una situación estabilizada: no hay jamás un final de la historia, y hay que tener confianza en la capacidad instituyente de las nuevas generaciones. En este contexto, ¿qué sistema imagina en reemplazo del actual? Siempre es mucho más fácil imaginar el fin de un sistema que el nacimiento de otro nuevo. En todo caso, podemos decir qué es lo que esperamos, pero no lo que va a pasar. Personalmente, pienso que vamos a entrar en un período de mayores turbulencias, por un cierto tiempo. Y esto, por múltiples razones: el enorme desarrollo y potencialidad de China, el dinamismo del sudeste asiático, la gran voluntad de América Latina de jugar un rol político aún sin encontrar exactamente cómo hacerlo, el deseo de Europa de volverse una gran potencia, y otros motivos más. Por eso me parece que vamos a entrar en una etapa aún más conflictiva que, espero, no se prolongue tanto tiempo como la Edad Media, la cual duró casi 10 siglos. Aunque después, hubo un “Renacimiento”. ¿Las instituciones son funcionales al poder político? Las instituciones son algo que duran. Existen desde hace años y van a seguir existiendo aún cuando ellas se transformen, y tienen como misión regular: si una sociedad no tiene instituciones, termina por descomponerse. Es cierto que todo régimen político trata de utilizarlas para su propio provecho, pero sólo puede hacerlo en parte, porque cada institución tiene un dinamismo propio. Por ejemplo, la familia -presente en todos los países del mundo- está en transformación en casi todo occidente. De modo similar, cada vez hay mayor igualdad entre hombres y mujeres, la homosexualidad se torna más aceptada, el divorcio aumenta diariamente y crecen las familias recompuestas: todo este movimiento social no puede ser controlado por el poder político. Éste puede resistirlos, pero no puede controlarlos completamente. ¿Las instituciones sólo impiden el cambio social, o en ocasiones lo propician? En realidad, hacen las dos cosas. Las instituciones en sí mismas son conservadoras, pero tienen que transformarse si quieren continuar existiendo. Hay una frase de Nieztche que encuentro muy justa: “Las instituciones se vacían desde el interior”, es decir, frecuentemente los hombres que las hacen funcionar terminan por no defenderlas. Para tomar un caso conocido, cuando el Partido Comunista todavía tenía fuerza en la Unión Soviética, dentro de la organización había cada vez menos militantes que creían en el marxismo-leninismo, y muchos hacían referencia a Marx, Lenin y Stalin como una especie de ritual, sin haber leído nunca sobre ellos. Si la Unión Soviética se disolvió fue porque hubo disidencias, pero sobre todo porque el pueblo no creía nada de los que decían sus dirigentes; eran totalmente indiferentes. Por eso la descomposición fue tan acelerada, y constituye el ejemplo más claro de una institución que implosionó. ¿Existe cierta similitud entre lo que usted plantea y lo que sucede en Latinoamérica, donde muchas veces el ciudadano no cree o es indiferente al discurso político? Creo que no es la misma situación, porque todavía existen esperanzas de que puedan aparecer dirigentes más honestos. Tal vez pueda ser una ilusión, pero existe. Cuando Lula (da Silva) fue elegido presidente de Brasil, me sorprendió la esperanza desmesurada de la gente acerca de lo que él podría hacer. Todos sabíamos que, dada las condiciones en las que estaba ese país, Lula no iba a poder realizar más del 10 por ciento de lo que había prometido. Pese a todo, los brasileños esperaban que hiciera mucho más. Eso explica la gran decepción actual y me lleva a pensar que, si los hombres políticos prometen demasiado y cada vez pueden hacer menos cosas, si esto continúa así, tal vez suceda algo análogo a lo que pasó en la Unión Soviética. Pero todavía no creo que sea el momento.
Fuente: Hoy en la Universidad.
|
|
|