Usos, riesgos y realidad de la energía nuclear La tecnología nuclear despierta profundos temores en la sociedad. Frecuentemente se la asocia con el accidente en la central de Chernobyl y las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. A pesar de ello, el 8 por ciento del total de la producción eléctrica en Argentina es generado mediante tecnología nuclear. ¿Por qué la energía nuclear es postulada como opción para detener el cambio climático? ¿Cuáles son sus alternativas? ¿Qué opinan los científicos y los ambientalistas? ¿Qué postura asume la Comisión Nacional de Energía Atómica? Desde una fábrica de alimentos a gran escala hasta una simple radio sonando en una obra en construcción, toda la vida del hombre actual es posible gracias a la energía eléctrica. Es que el hombre necesita electricidad. Sin ella, no podría vivir de la forma en que lo hace. Aunque obvia, quizás esta idea sea el único punto de acuerdo entre quienes defienden el uso del método nuclear para la generación de electricidad, y quienes se oponen a ello por considerarlo altamente peligroso y contaminante. Pero lejos de reducirse, todos los estudios realizados en el mundo estiman un alto incremento en el consumo eléctrico del planeta. Para generar energía eléctrica, la humanidad utiliza, por el momento, tres métodos principales: térmico, hidráulico y nuclear. La energía producida por estos tres sistemas se denomina “energía de base”. La energía térmica es la que se genera al quemar combustibles fósiles –petróleo, gas y carbón-, y es la de principal uso desde que se inventó la máquina de vapor hace casi dos siglos. Se calcula que más del 60 por ciento de la producción mundial de electricidad es de este origen. La energía hidráulica es producida por el aprovechamiento de las caídas de las corrientes del agua desde cierta altura. El agua pasa por las turbinas a gran velocidad, provocando un movimiento de rotación que, finalmente, se transforma en energía eléctrica por medio de los generadores. Es un recurso natural disponible en las zonas que presentan suficiente cantidad de agua, como nuestro país. Finalmente, la energía nuclear es aquella que se libera como resultado de una reacción nuclear, y es obtenida en los procesos de fisión desencadenados en el reactor de una planta o central de este tipo, cuyo combustible es el uranio, un mineral natural que se extrae de yacimientos y que abunda en Argentina. En nuestro país, el 8 por ciento del total de la producción eléctrica proviene del aporte de las centrales nucleares de Embalse (provincia de Córdoba) y Atucha I (provincia de Buenos Aires). Y en el mundo, según datos de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA), la cifra se eleva al 17 por ciento. Consumo en aumento Ahora bien, si como dijimos al principio de esta nota, la humanidad va a necesitar cada vez mayor cantidad de electricidad, la pregunta que sigue es: ¿cómo la piensa generar? Hay un tema clave: la emisión a la atmósfera de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de invernadero, que inevitablemente se generan al quemar combustibles fósiles, es señalada como la principal causa que lleva al recalentamiento global del planeta (también llamado efecto invernadero), además de provocar la contaminación del aire y las lluvias ácidas. La comunidad científica del mundo considera que es urgente la necesidad de controlar el cambio climático y detener la emisión de estos gases, y hay consenso en que el calentamiento global es uno de los principales desafíos a nivel mundial. Hasta aquí, todos de acuerdo. En este punto, los villanos de la teleserie no son otros que el petróleo, el carbón y el gas, los combustibles que permiten gran parte de nuestra vida diaria. ¿Y cómo se detiene el cambio climático a la vez que se satisface el aumento del consumo eléctrico? Detrás de este interrogante se cruzan todo tipo de posturas sin demasiado acuerdo. Organismos como la Comisión Nacional de Energía Atómica Argentina (CNEA) y la IAEA, entre muchos otros similares, postulan a la energía nucleoeléctrica como el sistema más efectivo para reducir el efecto invernadero, agregando que permite también sostener el crecimiento en la demanda de consumo. Esta posición genera numerosas controversias entre defensores y detractores de lo nuclear. Pero si los efectos de la combustión de fósiles, más allá de lo que se esté haciendo por evitarlos, son sobradamente conocidos por todo el mundo, no pasa lo mismo con la tecnología nuclear, donde en principio asoma claramente el temor hacia la radioactividad. Es que lo nuclear, invariablemente, está asociado con dos hechos lamentables para la humanidad: la bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, que dieron fin a la segunda guerra mundial, y el accidente en la central de Chernobyl, Ucrania (ex Unión Soviética), en 1986. Las simples menciones de Chernobyl e Hiroshima en el conjunto de la sociedad alcanzan para representar grandes temores ante una energía de altísimo poder destructivo. Quitar miedos Raúl Mainardi, docente especialista en física de las radiaciones de la Facultad de Matemática, Astronomía y Física de la UNC e investigador principal del CONICET, considera que las denuncias de entidades ambientalistas contra el uso de materiales radioactivos y la energía nuclear carecen de fundamentos científicos. Su postura es categórica: califica como “ecológica” a la energía nuclear. “No hay actividad humana que no tenga impacto en el ambiente y considero que lo ecológico es seleccionar la forma de menor daño. En este momento, con la tecnología actual, es preferible una central nuclear a una termoeléctrica”, explica. Mainardi considera que el temor ante lo nuclear y la radioactividad es “en gran medida irreflexivo” y señala que tanto “en el aire que respiramos, el agua que bebemos, la comida que ingerimos y en las paredes que nos rodean hay elementos radioactivos que permanecen desde la creación del universo”. Menciona un ejemplo de convivencia diaria con la radioactividad: “Si del patio de una casa extraemos todos los átomos de materiales radioactivos (uranio, torio, estroncio, carbono14, etc.) mezclados con la tierra hasta una profundidad de un metro, ocuparían un volumen muy pequeño, pero si lo guardáramos en un bolsillo sería letal en poco tiempo. Sin embargo, no tenemos miedo de salir al patio, que nuestros hijos jueguen y se revuelquen en el pasto, porque ese material está disperso y ésa es una propiedad importante del material radioactivo: al dispersarse decrece rápidamente su peligrosidad”, puntualiza el docente. También añade el caso de un paciente oncológico sujeto a un tratamiento de radioterapia, “que sobrevive, en la mayoría de los casos, para vivir muchos años sin secuela alguna de la enorme dosis de radiación recibida”. En pocas palabras, el especialista afirma que todo nuestro planeta es radioactivo. Si bien el docente de la UNC reconoce los riesgos de la energía nuclear, cuestiona el “manoseo” que realizan algunos grupos ambientalistas. “En un pueblo de la ruta 9, el Concejo Deliberante prohibió el paso de material radioactivo por el lugar. ¿Pero cómo se transporta entonces una pastilla de cobalto para los tratamientos médicos en oncología? El cobalto 60 es un material que se utiliza en las bombas de cobalto de los centros médicos para tratamientos oncológicos, y si se prohibe el paso de material radioactivo, éste es uno de ellos. Eso da una idea de la desinformación con la que se actúa”, sostiene el investigador. Para el físico, también la crisis energética que atraviesa hoy el país obliga a pensar en cómo se va a solucionar el problema en el futuro. Y pregunta: “¿Vamos a seguir diciendo que la energía nuclear es `el malo´ de la película?”. Seguridad Por otra parte, Mainardi cree necesario relativizar el tema de la inseguridad que rodea a las centrales nucleares productoras de energía, que, como se dijo, tiene su principal fundamento en Chernobyl. Asegura que la tecnología actual permite a las centrales funcionar con un riesgo muy bajo y que no tienen por qué cargar con el estigma de peligrosidad por culpa del accidente en la ex república soviética. “¿Qué accidentes se produjeron en centrales nucleares? Uno menor en Estados Unidos y el otro en Chernobyl. Recordemos que en 1986 la Unión Soviética no aceptaba los controles de la Comisión Internacional de Energía Atómica. De no haber sido así, ese accidente nunca hubiera ocurrido. Durante un terremoto en Kobe, Japón, nueve centrales nucleares se vieron afectadas, pero sus reactores se cerraron automáticamente como medida de protección y no sufrieron ningún daño. Se han desarrollado sistemas de seguridad para las centrales nucleares que son increíbles”, precisa el docente. Pero aun considerando seguro la manipulación de los combustibles nucleares en las centrales, no pueden olvidarse las restantes etapas en el proceso: cómo se transporta el material radioactivo y los residuos que genera su procesamiento. Es decir, el antes y el después de la producción de energía. Sobre el primer punto, Mainardi asegura que las condiciones de seguridad en el transporte de materiales radioactivos son superiores a los que se utilizan en el caso del petróleo, y aclara que han sido impuestas más por los temores que por la peligrosidad real. Como ejemplo, cita el caso del carguero Fret Moselle, al que el año último le fue prohibido el paso por aguas argentinas por decisión de un juez federal. “Supongamos que la peor de las catástrofes le ocurra a la carga de combustible nuclear agotado, como el del Fret Moselle. Esto es, que naufraga y que el material nuclear escapa de todos los contenedores de acero inoxidable. Las sales radioactivas se diluirán en el agua o precipitarán al fondo del mar. Supongamos, también, la peor de estas dos opciones; que se diluyan completamente en el agua y que por efecto de las corrientes marinas se dispersen. Cuando el volumen de disolución sea, por ejemplo, 100 km por 100 km por 1 km de profundidad, es decir, un volumen ínfimo ante la inmensidad de los océanos, la radioactividad del agua de mar ¡será similar a la del agua mineral que bebemos diariamente! Lamentablemente el petróleo no tiene esta propiedad, ya que no es soluble en agua, ni precipita al fondo del mar”, detalla Mainardi. Finalmente, el físico establece una comparación con Japón, país que como ningún otro sufrió las consecuencias de la energía nuclear, con dos ciudades arrasadas por las bombas atómicas. “Tiene más de 50 centrales nucleares, en un territorio que duplica al de la provincia de Córdoba. Si tuviéramos la misma concentración, el número de centrales que tendríamos en Córdoba sería 27”, calcula. Luz, de eso se trata Las posturas más opuestas en el tema nuclear surgen al analizar sus ventajas y defectos como sistema para producir energía eléctrica. Las posiciones entre ambientalistas y defensores de lo nuclear son casi irreconciliables. Los primeros consideran que la tecnología nuclear es peligrosa y altamente contaminante, y proponen la utilización de fuentes de energías llamadas “limpias”, como la eólica y solar. Los segundos, consideran que la energía nuclear es altamente segura y que el impacto sobre el ambiente es mucho menor que el producido por la combustión de carbón o petróleo. Lo llamativo es que ambos dicen basarse en argumentos científicos. La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el organismo encargado de conducir la política nuclear en nuestro país, propone, ante el problema del cambio climático y los incrementos en el consumo energético, la utilización de fuentes de energía que no emitan dióxido de carbono, como la nuclear. En una entrevista con este medio, el presidente de la CNEA, José Abriata, destaca los beneficios del método nuclear. “Es una energía mucho más limpia que cualquiera de las demás. Se necesita dejar de lado la irracionalidad y entender que el manejo de sustancias radioactivas es algo que se está haciendo de forma absolutamente segura. El método nuclear, debidamente entendido, es una opción posible que ningún país puede descartar de su menú de generación de energía. Por lo tanto, los países que pueden, deben tomarlo para producirla. Sería suicida no hacerlo”, dice el titular de la CNEA. Además, menciona la incertidumbre que existe sobre el futuro precio del petróleo y destaca las aplicaciones de la tecnología nuclear en la medicina. Según Abriata, el temor hacia lo nuclear “es propio de la naturaleza humana”. Para demostrarlo, traza una analogía curiosa: “Hace mil años, ante una peste, quemaban a las personas que consideraban responsables de ella, porque no se conocía la enfermedad. Es una reacción natural de la sociedad ante el desconocimiento técnico. El asunto de la radiación es un problema que causa desconfianza porque no se conoce”, opina. Abriata también dio su visión sobre el emblemático accidente de Chernobyl y negó cualquier tipo de accidentes en las centrales argentinas: “Lo de Chernobyl no se corresponde con la tecnología nuclear en Occidente, que está regida por leyes y protocolos internacionales. No fue un problema de la industria nuclear, sino de la falta de conocimientos y prevención en esa central. Ni en Atucha o en Embalse puede producirse un accidente, no puede pasar”. También Raúl Mainardi afirma que la utilización de la energía nuclear en la producción de electricidad presenta grandes ventajas frente a la combustión de carbón o petróleo. “Se calcula que la energía almacenada en una pastilla de uranio del tamaño de una aspirina equivale a un barril de petróleo. Esa pastilla se transmuta dentro del reactor, emite una cantidad de gases muy bajos, y produce una gran energía. Luego, es reprocesada, se recupera lo que pueda quedar de combustible y las cenizas de esta combustión son encapsuladas y enterradas”, precisa. En otro orden, Abriata descarta para la generación de energía masiva cualquiera de los métodos considerados limpios, y cargó contra su impacto ambiental. “Si hablamos de energía masiva, lo éolico está descartado, salvo que llenemos todo el mundo con molinos. Pero los molinos eólicos, además de ser ineficientes, tienen un impacto ecológico muy grande al generar ultrasonido, que afecta a los animales y también daña al hombre, sin que lo perciba. Lo nuclear permite la generación masiva, que es lo que necesita la humanidad”, enfatiza el titular de la CNEA. La postura ambientalista Muy diferente a la posición anterior es la que sostiene Juan Carlos Villalonga, gerente de Campañas de Greenpeace Argentina. “Hay que ver todo el ciclo del combustible nuclear, desde la minería del uranio, que es una actividad muy compleja, desde el punto de vista de la contaminación y la salud de los operarios. Después, toda la operación de las centrales nucleares que, en el mejor de los casos y sin accidentes, funcionan liberando al medioambiente cantidades significativas de algunos radionucleicos que no debieran ser incorporados a la naturaleza”, explica Villalonga a Hoy la Universidad. El directivo de Greenpeace no duda en considerar altamente contaminante y “sucia” a la tecnología nuclear, y señala que “en el procesamiento del combustible y obtención del plutonio, se utiliza muchísima cantidad de agua y se genera mucha cantidad de residuos líquidos contaminados, no tratados, que son liberados al ambiente”. Además, subraya que en la producción rutinaria de una planta nuclear hay una producción incesante de residuos que son peligrosos de por vida, y a los cuales hay que hacerles un seguimiento y protección ambiental permanente, “y para eso no hay soluciones convincentes a largo plazo”. Para el ambientalista, la calificación de lo nuclear como una tecnología sucia está aceptado internacionalmente. Para fundamentar su posición, precisa que en el protocolo de Kyoto de la Convención de Cambio Climático de Naciones Unidas, “la energía nuclear no fue aceptada entre las tecnologías a promover para mitigar el cambio climático, y se hizo una clara definición de las opciones que se consideran limpias, y las que no”. “No es Villalonga o Greenpeace el que lo dice, sino la comunidad internacional. Lo nuclear tiene problemas: algunos podrán decir que no tienen solución y que no tiene sentido causarlos, otros que la ingeniería puede administrarlos, pero no podemos negar que tiene problemas. Y si tenemos opciones sin riesgo para producir energía, como la eólica, ¿para qué vamos a tomar riesgos innecesariamente?”, analiza Villalonga. Desde Greenpeace, promueven fuertemente el uso de la energía eólica para generar electricidad, y la consideran perfectamente viable para uso masivo, desarrollando un plan en escalas. Sostienen que no produce ningún tipo de residuos, es renovable, y además mucho más barata y eficiente que la nuclear. Limpias vs. sucias La bióloga Liliana Guerrero, de la cátedra de Problemática Ambiental de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la UNC, aclara desde el principio que todos los procesos generadores de energía tienen un impacto ambiental, incluso aquellos basados en las fuentes “limpias” (solar, eólica o hidráulica). Por lo tanto, pone el acento en la estrategia que se debe desarrollar como país para la producción de energía, apuntando hacia el menor impacto posible en el ambiente y a los máximos recaudos de seguridad. Guerrero no se horroriza ante la palabra nuclear. “La producción de energía nuclear es eficiente, pero el problema son los desechos. Pero aun así, si luego de una profunda evaluación se elige este tipo de energía para la producción, hay que tomar las mayores medidas de seguridad posibles y reducir al mínimo el impacto ambiental”, dice. Sin embargo, reconoce que aplicando un criterio ambiental, “si tuviera que elegir no optaría por la producción de energía nuclear, sino por el uso racional de los recursos que permitan un desarrollo sostenible”. La bióloga apuesta al desarrollo de la energía eólica y solar, para generar tecnología en base a ellas, pero sin dejar de remarcar que también tienen su impacto en el ecosistema. Y opina que debe seleccionarse el método de producción energética más adecuado para cada región del país, en un sistema descentralizado que permita generar distintos tipos de energía. Los residuos Pero aún resta analizar qué pasa con los residuos de la actividad nuclear, otra de las mayores preocupaciones que genera la producción de energía de este tipo. Según un informe publicado por la CNEA en su sitio web, “no existe otra industria en donde el problema de los residuos sea considerado con más responsabilidad que en el caso de los desechos nucleares”. El informe asegura también que el volumen de residuos nucleares es “extremadamente limitado y por lo tanto puede ser completamente aislado de la atmósfera” en depositorios geológicos profundos. Así, la CNEA relativiza el problema y concluye que el tema de los residuos nucleares es “más psicológico y de deficiente información publica que un problema técnico, por lo tanto para poner fin a la controversia lo que se necesita es una firme decisión política”. Desde Greenpeace, Juan Carlos Villalonga sostiene que la seguridad de los respositorios nucleares no está de ningún modo garantizada, y que no se puede hablar de certezas en su manejo. “Es una hipótesis. No hay funcionando en el mundo repositorios que garanticen una solución definitiva. Y esto se debe a que las incertidumbres y los niveles de inversión requeridos frente a esas incertidumbres no han hecho convincente a ningún país a volcarse a esta tecnología. De hecho, es lo que pasó en Argentina: no se vio como algo racional avanzar en un repositorio nuclear”, precisa Villalonga. Asimismo, el ambientalista señala que frente al dilema de los residuos nucleares, la política de la CNEA es la de esperar a una solución futura. “Como ninguna de las opciones actuales es suficientemente convincente, se toma una postura de esperar y ver. Se almacenan transitoriamente los residuos y se espera a que en 40 ó 50 años se cuente con una alternativa mejor para el tratamiento definitivo. Esta es la política que en los hechos adopta la CNEA. No se les está haciendo ningún tratamiento a los residuos, no se los coloca definitivamente en ningún lado, sino que están en almacenamientos transitorios a la espera de que en algún momento se tome una decisión”, explica Villalonga. El presidente de la CNEA desmiente estas afirmaciones y asegura que los residuos producidos en Argentina son tratados en base a un protocolo internacional. “El indicio de que esto funciona está tomado como ejemplo de lo que sucede en países desarrollados. Estados Unidos ya ha hecho un repositorio profundo donde va a poner sus desechos nucleares y está apostando muy fuerte a la evolución nuclear”, dice Abriata. Por su parte, Mainardi también considera seguro el destino de los desechos: “Se entierran encapsulados a 2 mil metros de profundidad y en ningún lugar del mundo se extrae agua de esa profundidad. Es mentira que pueda afectar las capas acuíferas”. Atucha II Recientemente, como salida para la crisis energética, el gobierno nacional comunicó la decisión de reflotar Atucha II, la tercer central nuclear argentina que empezó a contruirse en 1981 y cuyas obras están paralizadas desde 1995, a pesar de que se construyó el 80 por ciento del total de la obra. Según los datos difundidos por el gobierno, el 20 por ciento restante se traducen en unos 500 millones de pesos. Esto motivó una fuerte oposición de numerosas entidades ambientalistas que, en cambio, reclaman que la Argentina se decida por el desarrollo de tecnologías limpias. Greenpeace Argentina denunció públicamente que terminar Atucha II es “la peor decisión” para solucionar la crisis energética. Argumentan que no sólo traerá mayores problemas ambientales a la población, sino que además será más costoso y menos eficiente que si se utiliza energía eólica. “Cada peso gastado en Atucha II hubiera representado el doble de generación eléctrica si se lo hubiera invertido en energía eólica”, calcula la organización en un reciente informe, en el cual también califican de obsoleta la tecnología instalada en esa central. “Es un libreto que el gobierno aprendió hace unas décadas atrás, una visión anacrónica de la tecnología. Siguen creyendo que cuando hablan de Atucha II se refieren a tecnología de punta. Y es una elección por tecnologías obsoletas”, dispara Juan Carlos Villalonga. José Abriata, de la CNEA, descarta esta visión y señala que Atucha II, en su diseño, “fue una central de avanzada y hoy está totalmente armada y lista para ser continuada”. “Falta muy poco para terminarla y sería un pecado para la Argentina no hacerlo. Además, finalizar su construcción implica revitalizar todo el sector nuclear. Nuestro país no puede renunciar a esto”, señala. Según la máxima autoridad de la CNEA, el funcionamiento de Atucha II va a permitir que la generación de energía en el país desde lo nuclear pase del 8 por ciento actual a un 12 ó 15. Tampoco da crédito a las afirmaciones de que la energía nuclear es costosa. “Hay que hacer los números muy bien, decir eso no tiene ningún fundamento”, sostiene. Por el contrario, Villalonga expresa que en un cuadro económico comparativo sobre costos de producción de energía eléctrica por distintas tecnologías en un rango de valores internacional, una de las más baratas es la eólica. Pero para esto, el ambientalista aclara que deben despejarse los subsidios o “costos hundidos” por el Estado. “La energía nuclear es mucho más cara. Por supuesto que es más barata si el Estado la subsidia. Es simple: ningún empresario en el mundo que quiera dedicarse al negocio de electricidad piensa en poner una planta nuclear. El Estado siempre hunde los costos, porque no incluye la amortización del equipamiento en el costo del kilovatio/hora y ni siquiera los costos de mantenimiento”. Raúl Mainardi, por su parte, acuerda con la decisión de terminar la central. “Ha tenido oposiciones de los grupos ambientalistas, como si fuera lo peor que le puede ocurrir a la Argentina. Creo que lo peor que le puede ocurrir al país es seguir dependiendo de los combustibles fósiles. Si tuviéramos funcionando Atucha II, tendríamos un 8% más de energía eléctrica y no tendíamos problemas con mantener las industrias funcionando. No niego que otras fuentes como la eólica o solar tengan un mayor desarrollo en el futuro, pero ante el problema del efecto invernadero, hoy por hoy, no puedo menos que pensar que la energía nuclear es ecológica”, sintetiza el docente. Fuente: Hoy en la Universidad. Universidad Nacional de Córdoba
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