Investigadores de la UBA estiman que para el 2010 la superficie cultivada se duplicará. En algunas zonas la frontera agrícola avanza sobre ambientes que hoy no están representados por ninguna unidad de conservación. «Se corre el riesgo de perder bosques subhúmedos en el Chaco-salteño y en la frontera Chaco-Santiago del Estero», advierten. Por
Cecilia Draghi (*) El paisaje de la Región Chaqueña está cambiando. Cada año crece el alambrado que cerca nuevas áreas agrícolas y de pasturas. Si hacia 1995/96 había un 10,14 por ciento de superficie cultivada, para el 2010 se prevé un 19%, es decir más de 9 millones de hectáreas, según un estudio de la Universidad de Buenos Aires. «Tomando los valores globales podría pensarse que no hay peligros inminentes para la conservación de recursos naturales, sin embargo al analizar la distribución en que avanza la frontera agrícola surgen datos preocupantes. Por ejemplo, se corre el riesgo de perder bosques subhúmedos en el Chaco-salteño y en la frontera Chaco-Santiago del Estero», advierte Jorge Adámoli, jefe del Laboratorio de Ecología Regional de esta Facultad luego de analizar imágenes satelitales de las 50 millones de hectáreas de esta Región comprendida por Chaco, Formosa, Santiago del Estero, parte de Santa Fe, Córdoba, Catamarca, Tucumán y Salta. Desde el cielo, el panorama muestra diversos sectores para la inquietud. ¿La razón? Las franjas más atractivas para que la explotación agrícola eche raíces, no cuentan con áreas protegidas de preservación. «Si el Estado no ordena este crecimiento fuera de control, existen fuertes riesgos de perder en el futuro ambientes que hoy no están representados por ninguna unidad de conservación», indica. Con este mapa de situación en sus manos, este investigador del CONICET hizo foco en zonas de riesgo como la situada en el Chaco Sub-húmedo Central con eje en Tres Isletas - Sáenz Peña - Charata - Los Juríes - Bandera - Selva. «Si bien quedan fragmentos de bosques de mediano tamaño, es muy probable que una parte importante de ellos sean desmontados para ser cultivados», indica en el trabajado realizado junto con Sebastián Torrella y Pablo Herrera. De ocurrir esta tala podría llevarse con ella una diversidad de plantas y animales que «pueden ser recursos importantes para el futuro», según señala. Pero además se mueven las piezas de un rompecabezas ecológico que aún se ignora cómo se arma. «Es probable que si una especie se extingue, habrá otra que pueda suplantarla en sus funciones. Pero no sabemos cuántas pueden desaparecer sin que colapse el sistema», indica, a la vez que compara: «Si uno saca algún remache del ala de un avión tal vez no pase nada, pero si continúa eliminándolos, llegará un punto en que la nave no pueda sostenerse y cae. Así como es muy arriesgado deshacerse de componentes en pleno vuelo, lo mismo ocurre si se echa por tierra elementos aportados por la naturaleza». Lecciones que dejó la historia La onda expansiva no sólo arranca vegetación nativa, sino que llega a sitios hasta hace poco relegados del mapa agrícola. «Todo proceso de expansión de la frontera agrícola comienza con un cultivo muy bien cotizado -como hoy es la soja y ayer fue el algodón- que lleva a la gente a sembrarlos hasta sitios que en otros momentos hubiesen sido dejados de lado. Es como la fiebre del oro», relata. Sin ir más lejos, recuerda que a mediados de los 90 muchos productores algodoneros del sudoeste chaqueño avanzaron con sus cultivos hasta zonas bajas, inundables. «Esta experiencia culminó dramáticamente al quedar los campos de algodón cubiertos por el agua tras las lluvias torrenciales generadas por el fenómeno de El Niño en 1998», puntualiza. Si la historia se repitiera pero al revés, el Chaco semiárido se vería en problemas. «Hoy avanzan los cultivos en esa zona porque -entre otras razones- aumentó el régimen de precipitaciones, pero si en el futuro volvieran los habituales períodos de prolongadas sequías, se podrían disparar procesos de desertificación de difícil reversibilidad», apunta. Planificar es la consigna Lejos de oponerse a la expansión de la frontera agrícola, Adámoli la apoya, «siempre que se haga en forma ordenada y no como en la actualidad que está fuera de control. Todos estos cambios hoy están ocurriendo sin que exista un proceso de planificación regional que permita orientar la expansión hacia tierras con mejor aptitud potencial». ¿Cómo lograrlo? Con tecnología adecuada que incorpore los terrenos aptos para el cultivo con la premisa de destinarlos toda la vida a ese fin. «La idea es que cada vez esas tierras estén en mejores condiciones porque si además de perder el bosque, pierdo el cultivo, es un crimen absurdo», subraya. Otra de las opciones señaladas es la creación de áreas protegidas. «En algunas zonas -menciona- como el Chaco-salteño, ya no quedan grandes lugares para establecer un parque de reserva nacional, sino sólo pequeños pañuelitos de escenario autóctono». Una estrategia sería conservar estos remanentes junto con las cortinas forestales previstas por las legislaciones provinciales para que formen corredores de áreas protegidas. En este sentido, el ingeniero Adámoli insiste en la necesidad de «elaborar políticas de conservación para las principales zonas agrícolas de la región chaqueña, que actualmente sufren transformaciones profundas».
(*) Centro de Divulgación Científica - FCEyN.
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