Facultad de Ciencias Exactas y Naturales-UBA
  AÑO 14 - NÚMERO 516
  VIERNES, 29 DE OCTUBRE DE 2004
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Un escocés en la Antártida

Hace un siglo, una expedición escosesa al mando de William Bruce llegaba a la Antártida. Por entonces, los paises centrales habían perdido el entusiasmo por este tipo de empresas, pero la expedición de Bruce fue de vital importancia para la presencia argentina en la región.



Gilbert Kerr en traje formal de gaitero sobre la placa de hielo del mar de Weddell

  La exploración del continente antártico y sus mares circundantes, entre fines del siglo XIX y mediados del XX, constituye una historia que todavía tiene enorme interés para muchos, a pesar de que los medios actuales permiten realizar con relativa facilidad viajes que en aquella época constituían proezas casi sobrehumanas. En su momento esas expediciones atrajeron poderosamente la atención pública: el rescate del grupo dirigido por el sueco Otto Nordenskjöld, a fines de 1903, realizado por la corbeta Uruguay de la armada argentina (1) fue publicado a página entera por el Times de Londres, mientras el primer vuelo de los hermanos Wright, unas semanas después, no apareció mencionado en ningún lugar del periódico. Y hubo algunos episodios de esa exploración que, por sus extraordinarias características, encendieron especialmente la imaginación de miles de lectores de sus relatos. Entre ellos se cuenta, ante todo, la trágica marcha al polo de Robert Falcon Scott y cuatro compañeros, desde la costa del mar de Ross, en la longitud aproximada de Nueva Zelandia. Llegaron el 18 de enero de 1912, solo para descubrir que no habían sido los primeros en arribar allí, pues Roald Amundsen los había precedido en un mes, y perecieron en la marcha de regreso, uno el 17 de febrero, el segundo el 17 de marzo y los otros tres el 29 de ese mes, cuando estaban a menos de 20km de un depósito de alimentos y combustible que les habría permitido salvarse.

  Igualmente dramático pero con un final feliz fue el más célebre de los viajes de Ernest Shackleton, que en 1915 se propuso cruzar la Antártida desde el mar de Weddell al de Ross, algo que pareció irritar a Winston Churchill, que escribió: El polo ya fue descubierto. ¿Para qué sirve otra expedición? […] Estas expediciones polares se están convirtiendo en una industria. Pero Shackelton no logró siquiera comenzar la marcha, pues su barco, el Endurance, quedó aprisionado por los témpanos en el primero de esos mares cuando estaba muy cerca del punto de desembarco y anduvo a la deriva diez meses antes de que el grupo expedicionario, viendo que la presión de los hielos trituraba su casco, lo abandonara y luego presenciara su hundimiento. Los hombres derivaron sobre el hielo por otros cinco meses y consiguieron alcanzar la isla Elefante, en las Shetland del Sur, en botes balleneros. Luego Shackleton con cinco compañeros cruzó en uno de esos botes 1300km de mar abierto para llegar a las Georgias del Sur en busca de auxilio, y con dos de ellos atravesó un cordón montañoso poco menos que imposible de cruzar para alcanzar la estación ballenera de Stromness. Todos los miembros de la expedición fueron rescatados.

  Anterior a ambos viajes y no mucho menos dramática fue la antes mencionada expedición de Nordenskjöld, realizada en 1901-03, cuyo rescate marcó el inicio de la actividad permanente de la Argentina en las zonas australes. Por esta última razón se recuerda también la expedición escocesa de 1902-04 dirigida por William Bruce, pues dio origen a una estación meteorológica que el país operó de manera continua por cien años en las islas Orcadas del Sur.

  William Speirs Bruce había nacido en 1867, en Londres. Su padre era un exitoso médico escocés y su madre provenía de Gales. Hizo estudios de medicina en la universidad de Edimburgo y, mientras los realizaba, también se interesó por la biología marina, por lo que siguió los cursos de Patrick Geddes, polifacético biólogo, sociólogo, geógrafo y urbanista. Trabajó al mismo tiempo en la oficina de la primera expedición oceanográfica global, realizada en 1872-1876 en el navío Challenger. En 1892, a los 25 años, interrumpió su formación médica, a la que nunca retornó, para enrolarse en una expedición ballenera escocesa al Atlántico sur, al sector entre las Malvinas y la Antártida.

  En aquellos tiempos las ballenas se cazaban para hacer aceite y utilizarlo en el alumbrado público -aunque se lo estaba reemplazando por parafina- y en la industria del yute. Pero el producto más rentable de las ballenas eran sus barbas, con las que se daba rigidez a vestidos y corsés femeninos. Las de un solo ejemplar podían rendir entre 2000 y 3000 libras esterlinas. Como las ballenas de mayor valor económico -que solían denominarse right wales, ‘ballenas correctas’ (para cazarlas), sobre todo la Balaena mysticetus y dos especies del género Eubalaena: E. glacialis y E. japonica- empezaban a escasear en el Ártico y el Atlántico norte, los balleneros procuraron dirigir sus esfuerzos a los mares australes. James Clark Ross, marino inglés que exploró los océanos antárticos en 1839-1843 al mando de los buques Erebus Terror, trajo a Europa la noticia de que allí también había ballenas del tipo deseado, por ejemplo, la Eubalaena australis, la ballena franca del sur, hoy admirada en los golfos que rodean la península Valdés. Fue así que una flotilla de cuatro barcos balleneros de Dundee realizó un viaje de exploración a esos mares en 1892-1893. Eran el Active, al mando de Thomas Robertson; el Diana, comandado por Robert Davidson; el Polar Star, bajo James Davidson, y el Balaena, conducido por Alexander Fairweather. Bruce embarcó en el último, como enfermero y naturalista de a bordo. Dedicó todo lo que pudo de su tiempo a realizar observaciones científicas y llevó como asistente a William Gordon Burn-Murdoch, un dibujante que también acordó escribir un relato del viaje para la casa editora Longmans Green & Co (la cual lo publicó en 1894 con el título From Edinburgh to the Antarctic). La flotilla llegó hasta la isla Ross, cerca del extremo norte de la península Antártica, pero no encontró ballenas francas, y las ballenas azules (Balaenoptera musculus) que avistó eran demasiado grandes para poder capturarlas con los medios de entonces. Por ello, la expedición no resultó un éxito económico, aunque la caza de 5000 focas contribuyó a cubrir los costos.

  En la isla Joinville, la flotilla se encontró con el ballenero noruego Jason, comandado por Carl Anton Larsen, que luego sería capitán del Antarctic, el buque de Nordenskjöld. En el viaje de regreso la tripulación del Balaena se vio afectada por el escorbuto, lo que obligó a entrar en puerto en el sur de Inglaterra para cargar alimentos frescos, en especial papas, que curaron a los hombres. De las mediciones meteorológicas hechas por Bruce resultaron las primeras evidencias de que existía un anticiclón antártico. Y de su experiencia en ese viaje resultó una vocación de explorador de las áreas polares que lo alejó definitivamente de la medicina y ocupó el resto de su vida.

  De regreso en Escocia, recibió la oferta de incorporarse al observatorio meteorológico de Ben Nevis, situado en el monte más alto de las islas británicas (1344m, a la latitud de más de 56°N, cubierto de nieve más de 200 días por año), lo que le proporcionó la oportunidad de estudiar condiciones climáticas extremas. "Así podré experimentar en miniatura los rigores del invierno polar y estar más preparado que nunca para afrontar los deberes de un meteorólogo y explorador antártico", escribió. El observatorio había sido abierto en 1883 y pagado por suscripción popular. Lo dirigía Robert Traill Omond. Robert Cockburn Mossman se desempeñaba en él como meteorólogo. Bruce no solo hizo las observaciones para las que se lo contrató sino, también, estudió las migraciones de aves y formó una colección de insectos hoy depositada en el National Museum of Scotland, en Edimburgo. Allí también adquirió una habilidad que le sería útil en la Antártida: el uso de esquís, algo entonces desconocido en Escocia.

  En 1896 se embarcó en la nave Windward como zoólogo de la expedición Jackson-Harmsworth, que se dirigió a la Tierra de Franz Josef, un grupo de 75 islas descubierto en 1873 y situado en el Ártico al norte de Rusia, en los 80°N y 50°E. Llevó como asistente a David Wilton, que también había trabajado en Ben Nevis. Pasó allí un invierno y se encontró con Fridtjof Nansen, que estaba en la zona en su barco Fram, una de las más célebres embarcaciones de la historia de la exploración polar. Nansen la había hecho construir con un perfil achatado de casco, de modo que, al apretarlo los hielos, saliera impulsado hacia la superficie en vez de romperse (algo que no favorecía la navegación suave en mares agitados). Luego el barco fue usado por Amundsen en su viaje al polo sur. En 1897 Bruce fue asistente de Arthur Thomson, profesor de zoología en la universidad de Edimburgo, y en 1898 participó de otro viaje al Ártico, a bordo del Blencathra, embarcación del industrial escocés del hilado Andrew Coats, de Paisley, localidad próxima a Glasgow. Era, más que otra cosa, un viaje de caza, en el que Bruce actuó como meteorólogo, hizo sondeos de profundidad del océano, estudió las aves y colectó especímenes marinos. El itinerario lo llevó a la isla Kolguev y a Novaya Zemlya, al norte de Rusia, a la isla Spitsbergen, en el archipiélago noruego de Svalbard, y a Tromso, en el norte de Noruega. No consideró muy exitosa la excursión y, cuando en la última localidad mencionada, recibió la invitación de integrar el equipo científico del navío oceanográfico Princesse Alice, no dudó en aceptarla. La embarcación, la más adelantada de su tiempo para realizar estudios marinos, pertenecía a Albert Grimaldi, que se convertiría en Alberto I de Mónaco, uno de los mayores impulsores de la oceanografía moderna, fundador del instituto y museo oceanográficos de ese principado y, a partir de ese momento, amigo y protector de Bruce. Con el Princesse Alice estuvo en Spitsbergen, luego fue al Mediterráneo en 1899 retornó a Spitsbergen, donde el navío se accidentó (en un sitio que sería luego llamado punta Bruce) y la campaña debió suspenderse.

  En 1900 se le presentó la oportunidad de participar como naturalista de una expedición británica al continente antártico que preparaba RF Scott, y que este llevó a cabo como comandante del Discovery en 1901-1904, al mismo tiempo que se realizaba la expedición sueca de Nordenskjöld. Se trató de un exitoso viaje de Scott realizado una década antes de su trágica marcha al polo. Aunque Bruce había solicitado a la Royal Geographical Society ser de la partida, al final resolvió no ir, aparentemente porque tardaron en contestarle y mientras tanto había concebido el proyecto de realizar un viaje distinto al Antártico, más orientado a sus intereses, que consistían en la ejecución de estudios científicos. No hay forma de exploración más fascinante que la oceanografía -física y biológica- en cualquier lugar del mundo, y en ninguna región es más interesante e importante realizar esas investigaciones que en los mares que circundan al polo sur, escribió. Decidió, pues, ponerse a organizar tal viaje, a sabiendas de que el gobierno británico, comprometido con Scott, no financiaría una segunda expedición, y para gran irritación los organizadores del otro, que lo acusaron de rivalidad maliciosa. Se lanzó por ello a preparar una expedición exclusivamente escocesa y a buscar dinero solo en Escocia.

  Su principal patrocinador fue la familia Coats, que le proporcionó 31.000 libras esterlinas. Obtuvo unas £5400 más de otras fuentes, con lo que dispuso de un total de unas £36.400, mucho menos que las más de £90.000 que consiguió reunir la expedición de Scott. Quiso comprar un barco conocido, el Balaena, pero le resultó muy caro. Asesorado por Nansen, adquirió por £2620 un ballenero noruego, el Hekla, y lo hizo acondicionar en el astillero escocés Ailsa, situado en el puerto de Troon, sobre la desembocadura del Clyde al sudoeste de Glagow. Era una corbeta de tres palos, con casco reforzado para resistir la presión del hielo, con caldera de vapor que le permitía hacer seis nudos de velocidad crucero con un consumo diario de tres toneladas de carbón. Alcanzaba los diez nudos a vela con buen viento. Desplazaba 400 toneladas, calaba 4,5m, medía unos 43m de eslora y 9m de manga y era capaz de cargar 357 toneladas. Podía embarcar hasta 200 toneladas de carbón. Para realizar viajes como el que planeaba emprender Bruce era necesario disponer de una embarcación grande, debido a la cantidad de enseres y equipos que se debía llevar: cargó en Europa provisiones para dos años, que incluyeron víveres (aunque también se aprovisionó de estos en las Malvinas), madera para construir refugios en tierra, vergas y velas de repuesto y una carga completa de carbón. También llevó dos kayacs esquimales, trineos y esquíes nórdicos.

  Bruce dio al barco el nombre de Scotia y confió su mando a Thomas Robertson, experimentado ballenero que desde 1879 navegó por el Ártico y el Antártico, que en la expedición de 1892-93 había sido capitán del Active y, en 1896, del Balaena. Al mando del segundo, ese año se encontró con Bruce en la Tierra de Franz Josef. El grupo de científicos reclutado para la expedición incluyó a Robert N Rudmose Brown (botánico), sus conocidos de Ben Nevis Mossman (meteorólogo) y Wilton (zoólogo), y John H Harvey Pirie (geólogo, bacteriólogo y médico). Como auxiliares llevó a William A Cuthbertson (dibujante), Alastair Ross (taxidermista) y Gilbert Kerr (asistente de laboratorio, que también era gaitero). El capitán, a su vez, reunió una tripulación de 25 hombres.

  El viaje quedó denominado Scottish National Antarctic Expedition (Expedición Nacional Antártica Escocesa). Todos los participantes eran escoceses, excepto Wilton, que era inglés. Su jefe tenía 35 años y estableció como objetivos efectuar tareas hidrográficas en el mar de Weddell, relevar las islas Orcadas del Sur y estudiar la vida silvestre de estas. Dicho mar había sido así llamado en honor del capitán británico James Weddell, que comandó el bergantín Jane en tres viajes a los mares antárticos entre 1819 y 1824. En ellos estuvo en las Orcadas, las Shetland y Georgias del Sur, y se internó en el mencionado mar, al este de la península Antártica, hasta los 74°15’ de latitud sur, con lo que superó en unos 3° el récord de máxima latitud, marcado en 1775 por James Cook.

  El 2 noviembre de 1902 el Scotia emprendió viaje de Troon. Era un domingo y la expedición fue despedida con música de gaiteros y canto. La prensa local, en la estricta tradición calvinista, se escandalizó: ¿Qué sucedió con Escocia –escribió algún periódico– para que un barco pueda hacerse a la mar en el día del Señor en medio de gaitas que suenan y gente que canta, pero no salmos sino canciones profanas como ‘Auld lang syne’? El 6 de enero de 19 la nave llegó a las Malvinas, donde permaneció tres semanas. Los científicos hicieron mediciones de magnetismo e instalaron una estación meteorológica en el cabo Pembroke, que operaría el encargado del faro. La tripulación completó las provisiones para dos años, incluyendo las 200 toneladas de carbón. Este costaba casi £2 por tonelada y estaba almacenado en puerto Stanley en un buque histórico radiado de servicio: el Great Britain, primer transatlántico de casco de hierro y primero impulsado por una hélice, diseñado por Isambard Kingdom Brunel y botado en 1843. Luego de varias décadas de servicio, se averió en el cabo de Hornos y quedó varado en una playa de las Malvinas. Hoy, restaurado, puede visitarse en dique seco en Bristol.

  El 3 de febrero el Scotia arribó a las Orcadas del Sur, en las que se realizó un breve desembarco. El grupo de islas había sido descubierto en 1821 por dos cazadores de focas, el inglés George Powell y el norteamericano Nathaniel Palmer. Weddell lo había visitado en 1823 y nombrado como ahora se lo conoce. La expedición francesa de Jules Dumont d’Urville estuvo allí en 1838 a bordo del Astrolabe y Larsen lo hizo en el Jason en 1893. Las islas eran desconocidas científicamente y casi nada se sabía de su interior, con alturas de hasta 400m y topografía muy abrupta cubierta en un 90 por ciento por hielo. Su única vegetación eran musgos y líquenes, pero tenían una rica fauna marina, en especial aves y focas. Vuelto a embarcar, Bruce navegó hacia el este, a las islas Tule del Sur, del grupo Sandwich del Sur, ubicadas a cerca de 60° de latitud sur y 27° de longitud oeste, y después puso proa al sureste, en dirección del continente antártico. Quedó atrapado por el hielo el 22 de febrero cuando alcanzó los 70°25’ de latitud sur y 17°12’ de longitud oeste y la temperatura rondaba los -10°C. Ante la imposibilidad de continuar navegando hacia el sur y de llegar a la Tierra de Enderby, en la que la expedición había planeado invernar, y lueg de bastantes esfuerzos para liberarse de los témpanos, el buque logró retornar hacia el norte, con el propósito de pasar el invierno en las Orcadas. Por esos mismos momentos, el 26 de febrero de 1903 se hundía en el golfo Erebus y Terror, a unos 1300km de distancia, el Antarctic, el buque de Nordenskjöld. Como eran tiempos anteriores a las comunicaciones por radio, ni este, que estaba esperando su llegada en la isla Cerro Nevado, ni Bruce se enteraron del accidente hasta muchos meses después, cuando la tripulación ya había sido salvada. Por su lado, el Discovery de Scott venía de zafar de los hielos después de haber pasado dos años atrapado por ellos en el brazo McMurdo del mar de Ross.

  La expedición llegó a las Orcadas el 21 de marzo y buscó un sitio resguardado para invernar. El elegido fue una bahía en el lado sur de la isla Laurie, a casi 61° de latitud sur. Recibió el nombre de bahía Scotia y tenía la ventaja de ser poco profunda (entre unos 18 y 90m), por lo que los grandes témpanos encallarían en el fondo antes de acercarse mucho al Scotia. El 26 de marzo Bruce escribió en su diario: "¡Qué noche pacífica y qué mañana descansada pasamos, anclados cómodamente en un puerto que encontramos y que denominé bahía Scotia" Pocos días después la bahía se llenó de témpanos y, en no mucho tiempo, quedó completamente congelada y el navío atrapado en ella hasta la primavera. Al congelarse el agua marina, se libró de la sal, que quedó en la superficie del hielo y produjo por un tiempo, hasta que las temperaturas se hicieron más bajas, un efecto de encharcado superficial, similar al que se logra echando sal en las carreteras para disminuir la formación de hielo.

  Los preparativos para invernar de los 33 integrantes de la expedición incluyeron la construcción de un mojón de piedra de unos 3,5m de alto y 2,5m de diámetro, como punto fijo para realizar un relevamiento topográfico y, separadas de este, una casilla de madera de 2m por 1,5m para instalar un observatorio magnético y una pequeña edificación de canto rodado y pedregullo, para ser habitada cuando el barco partiese. Bruce describió: "Obtuvimos piedras cavando un pozo en la nieve. Esto significaba un duro trabajo porque el hielo cementaba las piedras en una masa sólida. De esta manera excavamos más de cien toneladas de materiales con los que construimos una choza de un ambiente. Sus dimensiones interiores eran 4,25m por 4,25m y sus paredes tenían un espesor de entre 0,9m y 1,8m". Un tanto grandilocuentemente, el refugio fue denominado Omond House, en honor del intendente del observatorio de Ben Nevis, que había asesorado a Bruce sobre cómo construir en el medio antártico, y el observatorio magnético recibió el nombre de Copeland Observatory, por Ralph Copeland, el astrónomo real de Escocia. Quedó así establecida, a mediados de 1903, la base más antigua operada sin interrupción en la Antártida, que en momentos de escribirse esta nota había superado el siglo de actividad continua.

  El barco fue protegido del viento mediante una acumulación de nieve contra su casco y se dejó amontonar nieve en cubierta para que aislara los habitáculos debajo de ella. Los preparativos también incluyeron cazar y almacenar algunos cientos de pingüinos, antes de que emigraran, para poder alimentarse con ellos, igual que con focas y pescado, y así alejar la amenaza del escorbuto que había sufrido la tripulación del Balaena. Los pingüinos de vincha (Pygoscelis papua) fueron considerados los más sabrosos. Se mantuvieron despejados varios agujeros en el hielo de la bahía, tanto para poder sacar agua en caso de incendio como para pescar y realizar mediciones.

  Durante los meses siguientes el equipo se dedicó a efectuar los estudios que le permitieran las condiciones climáticas y el poco tiempo de luz (al estar las Orcadas a unos 5° al norte del círculo polar, aun en el solsticio de invierno el sol asoma por encima del horizonte y hay unas cinco horas diarias de claridad). Además de cartografía y observaciones meteorológicas y de magnetismo, hizo relevamientos botánicos y de la fauna que no había emigrado a zonas más septentrionales, y coleccionó especímenes. Esas tareas incluían excursiones de varios días que requerían desplazarse en esquíes (usaban esquís de travesía y se auxiliaban con un solo bastón, al estilo noruego de entonces), llevar carga en trineos arrastrados por perros y dormir en carpas, en bolsas de dormir de cuero de reno. Durante el día los hombres no se ponían abrigos de cuero, que les dificultaban los movimientos, sino suéteres tejidos de lana y rompevientos de gabardina. Usaban botas aisladas con pasto seco y medias de lana de cabra mezclada con cabello humano.

  El geólogo Pirie escribió sobre una de esas excursiones, que se dirigió a la isla Delta, al oriente de la bahía, y duró ocho días: "Salimos poco después de las nueve, con el aparato para tomar sondeos, cinta métrica y brújula prismática para los levantamientos (...) Descubrimos que podíamos hacer unos treinta sondeos en un día, pues cada uno requería agujerear por lo menos 75cm de hielo y a veces bastante más (...) Almorzábamos sobre el hielo bizcochos con manteca (que solía estar muy dura y granulada), queso, una barra de chocolate y una pipa. [La cena] consistía en más bizcochos, carne descongelada y un gran jarro de té. ¡Cómo nos mantenía activos todo el día pensar en ese té caliente! Mis recuerdos de ello están entre los más fuertes que conservo de esos campamentos: rodear el jarro con las dos manos para no perder calor y sentir que este se propagaba gradualmente hasta que incluso los dedos de los pies se templaban antes de que el jarro quedara vacío (...) La humedad de nuestra respiración y del calentador se congelaba en las paredes de la carpa y en las bolsas de dormir, por lo que debíamos descongelarlas al acostarnos, pero a pesar de ello y del rugiente viento que a veces amenazaba con llevarse la carpa entera, dormíamos el sueño del justo".

  El viento más frecuente solía provenir del oeste o del noroeste, del mar, pero el tiempo despejaba cuando llegaba viento frío del sur. Las temperaturas eran muy variables: la más baja registrada fue 40°C bajo cero y la más alta, 8°C, el 31 de mayo, con lluvia en vez de nieve. Cuando el viento soplaba del norte, al descender de las montañas se producía un efecto zonda (o föhn) y la temperatura podía aumentar hasta 20°C. Los accidentes geográficos que se iban relevando recibían nombres de integrantes o patrocinadores de la expedición, o de seres queridos en Escocia: bahía Jessie por la esposa de Bruce, Jessie Mackenzie; isla Eillium, por su hijo (William en gaélico); bahía Wilton por el zoólogo del grupo; cabo Geddes por Patrick Geddes, el profesor, amigo y benefactor de Bruce; cabo Burn-Murdoch por su compañero de viaje en el Balaena; cabo Whitson por Thomas B Whitson, tesorero honorario de la expedición; bahía Fitchie por John Fitchie, primer oficial del Scotia.

  Para festejar el día más corto del año, el solsticio del 21 de junio a partir del cual habría cada vez más tiempo de luz, se hizo una fiesta. "Los señores Guiness habían donado a la expedición dos barriles de cerveza negra (...) El día de comienzo del invierno abrimos uno. El ruido del jolgorio en el castillo de proa pronto se convirtió en un pandemonio (...) Al tirar la cerveza no consideramos que el agua estaba congelada, con el resultado de que los hombres estuvieron tomando bebida fuerte de a grandes vasos". Pero también debieron enfrentar acontecimientos tristes, como la muerte del primer maquinista Allan Ramsay, el 6 de agosto, aparentemente debido a una falla cardíaca. Tenía 25 años y fue enterrado en un extremo de la bahía mientras el gaitero ejecutaba su instrumento.

  Con el arribo de la primavera de 1903 retornaron a la zona focas y aves, que habían migrado al norte durante el invierno, y con ellas llegó la posibilidad de tener carne y huevos frescos. Las focas parieron a fines de septiembre y un mes después las crías se independizaron. Literalmente millones de pingüinos, que no vuelan, salieron del mar y pasaron marchando frente al barco hacia sus apostaderos. Los de ojo blanco (Pygoscelis adeliae) fueron los primeros en arribar. Construyeron nidos en el suelo con piedras y pusieron sus huevos hacia fines de octubre, que les quitaban tanto los skúas (Catharacta sp.) como los expedicionarios. Estos no juntaron menos de 10.000 huevos, para consumir y almacenar, cifra que se debe relacionar con los aproximadamente cinco millones de pingüinos que, según estimaron, había en la isla Laurie. Los de frente dorada (Eudyptes chrysolophus) no fueron muy abundantes, lo mismo que el pingüino emperador (Aptenodytes fosteri), el más grande de todos. Gaviotas (Larus sp.), gaviotines (Sterna sp.), petreles gigantes (Macronetes sp.), petreles dameros (Daption capense) y cormoranes (Phalacrocorax sp.) abundaban. La paloma antártica (Chionis alba) no emigró durante el invierno.

  El hielo de la bahía se fue aflojando hasta que, el 22 de noviembre, cuando el viento del norte dispersó algo los témpanos, el Scotia pudo salir navegando de ella, después de haber pasado ocho meses aprisionado por los hielos. El 27 de noviembre puso proa al norte. Seis hombres permanecieron en la isla Laurie, en Omond House, entre ellos Mossman, el meteorólogo, y Pirie, el médico geólogo. Al llegar a puerto Stanley Bruce recogió las noticias de Gran Bretaña y constató que no recibiría ayuda oficial británica para mantener en actividad la estación de la isla Laurie. El gobierno no estaba interesado en las Orcadas ni quería afirmar su soberanía en ellas. Tampoco ayudaría a volver a abastecer el buque, en especial de carbón, lo que, interpretado como un acto más de arbitrario favoritismo para con los ingleses, hirió el nacionalismo de los escoceses del grupo y de sus simpatizantes en Escocia. Así, Robert McVitie, uno de los últimos, escribió al secretario de la Royal Geographical Society en tono de queja porque el gobierno británico había entregado £45.000 a la expedición inglesa de Scott, que reclamaba ‘alrededor de’ (sic) £12.000 adicionales, y era incapaz de conceder a Bruce tan poco como el valor de las 300 toneladas de carbón que solicitó. Este lanzó entonces un pedido público de ayuda y recibió pequeñas contribuciones de amigos académicos (como £100 enviadas por Burn-Murdoch) más, nuevamente, una generosa contribución (£6500) de la familia Coats, con la que poder financiar la expedición por otros seis meses. Seguramente por haber llegado a la conclusión de que las actividades de la estación no se podrían continuar después de ese lapso, se embarcó en un vapor de línea para Buenos Aires y ofreció las instalaciones de bahía Scotia en venta al gobierno argentino, con la intención de que este tomara a su cargo la realización en forma permanente de estudios meteorológicos en las Orcadas. El Scotia también partió de las Malvinas hacia Buenos Aires, navegando principalmente a vela, pues la expe ción ya no disponía de las casi £400 necesarias para comprar una carga completa de carbón. Llegó en Nochebuena, unos ocho días después del arribo de Bruce, luego de haberse quedado dos días varado en el Río de la Plata.

  Las autoridades nacionales aceptaron hacerse cargo de Omond House, alentadas por el naturalista del Museo de La Plata Francisco P Moreno y por Walter Davis, director de la Oficina Nacional de Meteorología, dependiente entonces del Ministerio de Agricultura, y compraron las construcciones en 5000 pesos. Además repararon y abastecieron de carbón y víveres sin cargo al Scotia. El 2 de enero el presidente Roca firmó un decreto por el que aceptó la transferencia de la estación. Casi simultáneamente con ese paso, en Escocia se cerraba el observatorio de Ben Nevis. Bruce comentó disgustado: "Es significativo notar que el gobierno argentino gastó voluntariamente dinero con un propósito científico mientras en casa presenciamos el lamentable acontecimiento de un gobierno ignorante que cierra el observatorio meteorológico más importante del país".

  El 21 de enero el Scotia partió de regreso a la isla Laurie. En nueve días de navegación llegó a Puerto Stanley, que entonces tenía unos 2000 habitantes, y permaneció allí por diez días. La tripulación encontraba a las Malvinas parecidas a su tierra escocesa, aunque con flora y fauna distintas. Los científicos aprovecharon para embalar los materiales que habían colectado y despacharlos a Gran Bretaña. En otros nueve días de navegación la nave llegó a las Orcadas. Llevó a bordo a tres personas que no habían pertenecido al grupo, para que se integraran a la estación, enviadas por la citada oficina meteorológica argentina: Edgar Szmula, un meteorólogo de origen alemán, Luciano Valette, naturalista de nacionalidad uruguaya, y un joven llamado Hugo Acuña, que trajo matasellos de correo para operar una simbólica estafeta. Llegó el 13 de febrero. Los que habían permanecido allí, y habían aprove ado el tiempo para estudiar los pingüinos, fueron ahora relevados por esos tres, que quedaron en la isla, junto con el meteorólogo Mossman, nombrado jefe del contingente por el gobierno argentino, y el cocinero William Smith. Con madera traída de Buenos Aires se techó de nuevo Omond House. El grupo argentino izó su bandera al lado de la británica y la escocesa, mientras la nave, con el resto de los expedicionarios a bordo, partió el 22 de febrero para realizar una segunda tentativa de internarse en el mar de Weddell, esta vez algo más al oeste que en su intento del año anterior.

  Cruzó el círculo polar en los 32° de longitud oeste y el 3 de marzo de 1904 había alcanzado los 72°18’ de latitud sur y quedado atrapado por los témpanos. Pero desde lo alto del mástil se divisaba tierra a lo lejos. En cuanto pudo zafar, avanzó algo más hacia el sur y se encontró con una gran plataforma de hielo dispuesta en dirección noreste a sudoeste, que pudo seguir a cierta distancia durante diez días y por unos 300km hasta alcanzar los 74°01’ de latitud sur, levemente menor que la que había alcanzado Weddell unos 80 años antes, en su expedición de 1822-1924. Los sondeos permitían constatar que la nave estaba cerca de una costa desconocida, si bien no había forma de saber si se trataba de una isla o del continente antártico. Bruce supuso, acertadamente, lo segundo, pero pensó que se trataba de la prolongación hacia el oeste de la Tierra de Enderby, descubierta en 1831 por el ballenero inglés John Biscoe, de la que en realidad el Scotia estaba bastante alejado. En honor de sus patrocinadores, Bruce dio a la costa que había divisado el nombre de Tierra de Coats. En ella se instalaría en 1955 la base argentina General Belgrano. Pirie se refirió a la situación en el punto en que la nave no pudo seguir avanzando con las siguientes palabras: "El aire estaba calmo, frío, vigorizante y hermosamente despejado; del nido de cuervo [una plataforma de vigía en lo alto del palo mayor] se d isaba hacia el norte solo enormes icebergs, de la altura del mástil, y la extensión de hielo, con puntos negros aquí y allá, donde yacía una foca o un pingüino. Hacia el sur se extendía la Gran Barrera, sublime y misteriosa, que inducía en uno un modo pensativo sobre su imponente y silenciosa soledad". El 10 de marzo Bruce escribió en su diario: "Como había sol, después de cenar dediqué bastante tiempo a fotografiar el gaitero, el buque y pingüinos emperador (...) Ni marchas enardecedoras, danzas animadas o aires melancólicos parecían tener el menor efecto en estas letárgicas y flemáticas aves; no mostraban excitación ni daban señal de apreciar o desaprobar lo que oían: solo mostraban somnolienta indiferencia". Habían quedado atrapados en los hielos no lejos de donde le sucedería lo mismo en 1915 al Endurance de Shackelton. Esperando los acontecimientos, el gaitero marchaba sobre la superficie congelada tocando su instrumento, provocando la curiosidad de los pingüinos, y la tripulación jugaba al fútbol. El 12 de marzo, el viento del sudoeste aflojó el hielo y permitió que el barco volviese a navegar.

  Terminadas las tareas de exploración del mar de Weddell, Bruce emprendió el regreso a Europa. El capitán Robertson puso proa al noreste y realizó algunos sondeos adicionales cuando el Scotia estaba en los 68°32’ de latitud sur y 12°49’ de longitud oeste. Encontró fondo a unos 4750m, en contradicción con lo que había informado Ross, que en 1841, navegó por el área en los buques Erebus y Terror y sostuvo que no había fondo a 7300m. A partir del 5 de abril no se vio más hielo. Más al norte, la nave hizo escala en la isla Gough (a unos 320km de Tristán da Cunha), en la ciudad del Cabo, en Santa Helena el 30 de mayo, en la isla Ascensión y en las Azores. El 15 de julio de 1904, en pleno verano boreal, entró al puerto de Kingstown (hoy Dun Laoghaire), en Irlanda. Luego se dirigió a Escocia, a Millport, en el estuario del Clyde, donde tuvo un triunfal recibimiento con todos los honores, incluso con un telegrama de felicitación del rey y la presencia de los hermanos Coats. La expedición había dejado las islas Británicas un año y ocho meses antes y navegado más de 50.000km.

  Entre tanto, el grupo que había quedado en la isla Laurie afrontaba los rigores del invierno antártico. Había construido un muro para proteger las construcciones de los embates de las tormentas del sur, pero el 3 de abril resultó destruido por vientos huracanados, que también ocasionaron daños a Omond House. Mossman escribió: "parecía haber muy poca esperanza de que la parte sur de la casa se mantuviera en pie (...) Juntamos rápidamente ropa, bolsas de dormir, documentos y algunos artículos necesarios, que guardamos en el depósito, y evacuamos el edificio. Como precaución, llevamos las carpas al sitio más alto de la playa norte, pero la fuerza del viento nos impidió armarlas. Poco después de las ocho nos reunimos en la casilla magnética para aguardar la aparentemente inevitable demolición del sector sur de la casa con una compostura sin duda debida al efecto atontador de la inesperada situación. Todos estaban empapados hasta la piel" Pero la tormenta amainó y la aguardada demolición no se produjo. Omond House, sin embargo, que era una estructura precaria, no resistió el paso del tiempo y al presente solo quedan sus ruinas. El grupo sobrevivió el invierno y fue relevado por la corbeta Uruguay, que llegó el 31 de diciembre de 1904 con la dotación que invernaría allí en 1905. Esta levantó un nuevo edificio, de 9,5m por 5,5m, con sala de estar y trabajo, tres pequeños dormitorios, cocina y despensa. Fue ampliada en varias ocasiones y, con el tiempo, convertida en museo, recibió el nombre de casa Moneta, en honor de José Manuel Moneta, quien pasó allí los inviernos de 1923, 1925, 1927 y 1929 (los dos últimos como jefe de la estación), y cuyo libro Cuatro años en las Orcadas del Sur (Peuser, Buenos Aires 1939), fue lectura apasionante de muchos argentinos de las décadas de 1940 y 1950. Mossman estuvo entre los que embarcaron en el viaje de regreso de la Uruguay a Buenos Aires a comienzos de 1905. Se marchó ese año a Europa pero, en 1908, volvió a la Argentina, donde se radicó, tomó la ciudadanía trabajó como meteorólogo en la entonces Oficina Nacional de Meteorología. Murió en Buenos Aires en 1940. La Uruguay retornó regularmente a las Orcadas casi todos los veranos hasta 1922, con provisiones y personal de relevo. Luego fue radiada de servicio y otros buques realizaron la labor.

  Después de completar la expedición antártica, Bruce tuvo una hija, Sheila, que nació en 1909. Continuó interesado en las investigaciones polares, por lo que realizó repetidas visitas a Spitsbergen, donde llevó a cabo estudios de meteorología, zoología y geología. En 1907 creó el Scottish Oceanographical Laboratory, con la esperanza de convertirlo en un centro mundial de ciencias marinas, pero no tuvo éxito en su empeño y la institución cerró en 1920. Tampoco fue exitoso en el intento de organizar otra expedición a la Antártida en 1910, ni en el de establecer una industria ballenera en las Seychelles en 1914, que no resistió los efectos de la guerra europea. Su empresa más acabada fue, sin duda, la Scottish National Antarctic Expedition de 1902-1904. Las observaciones que esta realizó contribuyeron a entender la geografía, meteorología y oceanografía del continente polar, y sus relevamientos de la vida silvestre catalogaron 1100 especies vegetales y animales, de las que 212 eran desconocidas. Ninguna otra expedición de la época regresó con tal cantidad de especímenes y registros de observaciones. Fue la primera que grabó sonidos, como los de una colonia de pingüinos, e hizo tomas cinematográficas en la Antártida (¡y que ejecutó allí música de gaita!).

  Bruce fue uno de los más minuciosos y competentes exploradores polares, a la altura de Amundsen o Shackelton y superior a Scott. Este requirió sus consejos cuando preparó su marcha al polo, y luego los desoyó. "No entiende, no entiende que sus depósitos de víveres están demasiado separados", afirmó Bruce, y fue criticado públicamente por decirlo. Desgraciadamente, tenía razón. Fue un hombre generoso, que escribió en un obituario de Scott: "Es increíble que haya logrado lo que consiguió. Maravilla que casi tuvo éxito", sabiendo los errores que cometió en su marcha. También puso a disposición de Shackelton sus cartas del mar de Weddell y sus planes para realizar una marcha transantártica cuando fracasó en juntar dinero para ella. Pero en su vida no produjo muchas publicaciones científicas ni realizó demasiada propaganda acerca de sus actividades. Nunca escribió un libro sobre su viaje, a pesar de que podría haberse vendido bien. The Voyage of the Scotia, que apareció en 1906, fue escrito por Rudmose Brown, Pirie y Mossman, y el libro de bitácora del barco solo se imprimió en 1992. El casi simultáneo regreso del Discovery y de la expedición exitosa de Scott le quitó la atención de sus contemporáneos. Para la posteridad su viaje no tuvo los ribetes espectaculares de la siguiente y malograda expedición de Scott, la que lo llevó al polo y la muerte, ni de la última de Shackleton, ambas posteriores a la suya, o, incluso, de la coetaña de Nordenskjöld. Por ello su figura se fue desdibujando luego de su muerte en 1921 y ahora es prácticamente desconocida por el público.

  El Scotia retornó a su función original: fue vendido en 1905 a un consorcio ballenero de Dundee, que retuvo al capitán Robertson y realizó una campaña poco exitosa en Groenlandia. En 1913, ya equipado con radio, pasó a ser utilizado como vigía de témpanos en el Atlántico norte, un servicio que se organizó luego del naufragio del Titanic en 1912, y durante la guerra europea acarreó carbón desde Gales a Francia. En esa tarea se incendió. Sus restos quedaron esparcidos en una playa de la isla Sully, no lejos de Cardiff.

(1) ‘La expedición Nordenskjöld a la Antártida’, Ciencia Hoy 78:48-62, 2003.


(*) Una versión más completa de esta nota la podrá encontrar en su fuente original: Revista Ciencia Hoy, agosto de 2004.

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