Los otolitos, estructuras alojadas en las cavidades auditivas de los peces, les permiten mantener el equilibrio. Para el investigador representa una herramienta polifuncional que no solo facilita la identificación de una especie, sino incluso le daría la posibilidad de determinar si el medio está o no contaminado. Por Andrea Tombari (*) Según cuenta la leyenda, el mago Merlín le había regalado al Rey Arturo una piedra especial y mágica. Y le dijo que si actuaba mal, la piedra cambiaría de color. Esto jamás sucedió, no porque el Rey hubiera actuado siempre bien, sino simplemente porque esa piedra estaba constituida por carbonato de calcio, y era lo que hoy conocemos como otolito, una estructura ubicada en la cavidad auditiva de los peces y que les permite mantener el equilibrio. Actualmente, «la piedra mágica» forma parte de las joyas de la antigua corona inglesa. Evidentemente, los otolitos ya se conocían desde épocas remotas, aunque en realidad no se sabía bien qué eran y mucho menos su utilidad. Pequeño y polifuncional Hoy, en cambio, son innumerables las aplicaciones que se les dan a estas «piedritas». Permiten determinar a qué especie pertenece el pez, la longitud del animal, su hábitat, ecología y biología. También es una herramienta para el manejo pesquero a partir de la determinación de diferentes poblaciones de una misma especie y sirven como bioindicadores del ambiente que frecuentan, debido a que junto con el carbonato de calcio, se depositan otros elementos, como por ejemplo, metales pesados. Asimismo, se emplean en la identificación de presas en el contenido estomacal o en las heces de animales que se alimentan de peces (ictiófagos) como los pingüinos, los delfines, los tiburones, entre otros, ya que son estructuras de difícil digestión. Este dato es fundamental para conocer con exactitud los componentes de la dieta y los desplazamientos que realizan los animales en busca de alimento. Los otolitos están constituidos por carbonato de calcio (tipo de sal que se encuentra presente en la naturaleza), son exclusivos de los peces óseos, como el pejerrey, a diferencia de los tiburones y las rayas que son cartilaginosos, y se alojan en el oído medio. Cada individuo posee tres pares. Otras especies animales tienen en general otro tipo de estructuras que conforman su sistema del equilibrio, por ejemplo, en los seres humanos el equivalente del otolito es el estatolito, que también está constituido por carbonato de calcio. Por su parte, al pez le brindan información acerca de la dirección y la velocidad a la que está nadando. Su forma, tamaño y estructura son propias para cada especie. De hecho, el tamaño varía según el tipo de crecimiento corporal, puede ir desde el diámetro de una cabeza de alfiler hasta el de una tapa de gaseosa. Aquellos peces de crecimiento rápido, como el pejerrey, tienen otolitos pequeños, mientras que los de crecimiento lento, como la corvina, los poseen de tamaño grande, al igual que el de la corona del Rey Arturo. Algo más que contar anillos Un equipo de investigadores del laboratorio de Vertebrados de la FCEyN, trabaja en el tema (ver «Pasado, presente y futuro del otolito»). Una de sus integrantes, la doctora Alejandra Volpedo, comenta algunos detalles de la formación de estas estructuras tan particulares: «El carbonato de calcio se va depositando sobre un núcleo, a manera de anillos, a lo largo de su vida desde que es una larva. Si uno corta el otolito puede ver los anillos de crecimiento al igual que se observan en el tronco de un árbol». Desde hace mucho tiempo, los investigadores se han dedicado a contar los anillos de crecimiento para la determinación exacta de su edad. «En la actualidad, esta técnica se ha perfeccionado tanto que uno puede conocer los micro anillos que se forman diariamente y de esta manera se podría conocer la fecha de nacimiento del pez», afirma Volpedo. La asociación específica que existe entre la forma de estas estructuras, la especie y el ambiente al que pertenecen, permite, a partir de su identificación, determinar la dieta de un ictiófago y dónde se alimenta. También, son utilizados en paleontología para la identificación de especies a partir de otolitos fósiles. Además, al existir una relación directa entre el crecimiento en largo del cuerpo y el del otolito, se puede calcular el tamaño del animal, lo que permite establecer, en sus predadores, la cantidad de alimento ingerido. Asimismo, son considerados como indicadores de la influencia ambiental, porque su crecimiento, forma y composición están sujetos a las variaciones ambientales. Por lo tanto, «se puede saber si los peces siempre vivieron en determinada zona, en qué profundidad, si pertenecen o no al estuario, si han migrado, si se reprodujeron e, incluso, si sufrieron estrés fisiológico por falta de alimento o por cambios abruptos de temperatura», asegura Volpedo. El investigador John Burke y su equipo, en 1993, estudiaron la relación que existe entre las medidas de los otolitos (morfometría) y el hábitat de una especie de la Bahía de Galveston, en Estados Unidos. Los investigadores concluyeron que la morfometría podría ser utilizada como una herramienta en la detección de áreas óptimas de pesca, a partir de la determinación de zonas sub y sobrexplotadas. Asimismo, se las podría utilizar para la identificación de áreas afectadas por la degradación ambiental debida a la acción humana. Cuando se sabe que un stock pesquero -conjunto de peces de una determinada especie y talla potencialmente capturables- está sobrexplotado, es necesario cambiar de área de pesca. Para la selección de la futura área, se debe asegurar que los peces pertenezcan a otro stock pesquero aún no explotado. La información para la elección de la futura área de pesca la brinda la morfología, la morfometría y la composición química del otolito, debido a que indica a qué población, o grupo reproductivo, pertenece y su zona de desplazamiento. También, podrían ser utilizados como bioindicadores de la calidad del ambiente que frecuentan los peces debido a que, junto con el carbonato de calcio, se depositan otros elementos, como por ejemplo, metales pesados. Por lo tanto, al cuantificarlos se podría determinar si el pescado es apto para consumo humano y, en consecuencia, si su medio está o no contaminado. «El otolito se comporta como si fuera la caja negra de un avión, registra y refleja todo lo que le ocurre a un pez a lo largo de su vida. Cuando uno tiene un otolito, no solo tiene una estructura, sino que puede inferir en qué ambiente y a qué profundidad se movió, se alimentó y de qué se alimentó su predador», finaliza Volpedo. En la actualidad se trabaja en un mismo nivel que en el exterior, su estudio se encuentra en pleno desarrollo y tendrá un horizonte muy amplio en tanto los investigadores persistan en el intento de descifrar esta verdadera «caja negra» en búsqueda de respuestas.
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Docente e investigadora del Departamento de Biodiversidad y Biología Experimental,
Laboratorio de Vertebrados, FCEyN - UBA.
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