Facultad de Ciencias Exactas y Naturales-UBA
  AÑO 15 - NÚMERO 532
  MIÉRCOLES, 29 DE JUNIO DE 2005
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Manuel Sadosky

Por Carlos Borches.


"En el Centro de Estudiantes, con Cora, editábamos un boletín que tenía una frase de Rabelais: Ciencia sin conciencia es ruindad en el alma"

  El sábado pasado nos dejó Manuel Sadosky. En estos casos, es menester presentar un conjunto de datos. Se puede señalar que tenía 91 años, que era doctor en “Ciencias Físico-Matemáticas”, que fue autor de un popular libro de análisis matemático que mereció casi 30 reediciones, y que fue el artífice del ingreso de la computación como disciplina científica en Argentina y en otros países de América Latina.

  Pero para quienes tuvimos la suerte de conocerlo, Manuel, era mucho más que un curriculum, mucho más que la suma de nuestros recuerdos.

  Hace ya muchos años, tuve la suerte de que un amigo en común, el matemático Lucas Monzón, me lo presentara; y desde entonces lo visité con alguna frecuencia en su casa de la calle Paraguay. Nos intercambiábamos comentarios de nuevos y viejos libros, chismes de la comunidad científica, reflexiones de la realidad política y universitaria. Queda claro que en la asimetría de este intercambio yo era el gran beneficiado; y consciente del privilegio, grababa o tomaba apuntes de sus comentarios. Especialmente de aquellos pasajes donde iban apareciendo pinceladas de la historia de la ciencia en nuestro país y de los contextos sociales de su evolución.

  Manuel Sadosky fue una personificación de aquella Buenos Aires desbordada por pobres inmigrantes que encontraban en algunas escuelas públicas el primer peldaño del ascenso social. Y no debe haber persona que haya hablado con Sadosky sin recibir comentarios de aquellos tiempos y de aquella escuela. “Nos criamos en una casa en Moreno y Urquiza, enfrente del Mariano Acosta. Eramos siete hermanos de los cuales los cuatro varones fuimos a la universidad ¿Y sabe de qué trabajaba mi papá? Era zapatero” me dice la imagen de Sadosky que voy reconstruyendo mentalmente con ayuda de mis apuntes.

  “Pero las limitaciones económicas o la falta preparación no le impedía a mis padres entender que lo único que podía salvarnos era la educación” recordaba Sadosky y evocaba a su maestro y sus primeros contactos con la ciencia. “Mi maestro de sexto grado, Alberto Fesquet, había hecho una pecera y nosotros salíamos a pescar al arroyo Maldonado, donde hoy esta la avenida Juan B Justo, para poblar la pecera y hacer informes de lo que observábamos. Sus clases eran atrapantes y durante bastante tiempo pensé en estudiar ciencias naturales. Fesquet nunca se perdía oportunidad de usar las cosas que pasaban a nuestro alrededor para enseñarnos. Una vez encontramos un gato muerto en la escuela e inmediatamente Fesquet lo abrió y nos mostró la médula del gato y experimentó con algunos reflejos, que era el tema del cual había estado hablando las clases anteriores”.

  Fesquet era uno de los tantos maestros que ejercían apasionadamente la docencia mientras completaban una carrera universitaria, “En una oportunidad –recordaba Sadosky- un compañero descubrió en nuestra pecera un animal extraño. Fesquet, que estaba haciendo el doctorado en Ciencias Naturales, lo revisó cuidadosamente pero no lo reconoció y a los pocos días se apareció con un profesor suyo, un francés de nombre Laudí. Todos quedamos muy impresionados con aquel señor alto de barba, igual a los sabios que aparecían en las estampas de la época. Ese día aprendimos a reconocer los tentáculos ocultos de aquel animalito cuyo nombre científico no recuerdo, pero sí me acuerdo que Laudí dijo que los marinos lo llamaban “Teta de vieja”. Pero la lección más importante que aprendimos fue que había cosas que Fesquet no sabía y que cuando uno no sabe algo no tiene que ocultarlo sino ir con quien pueda saberlo”

  En el barrio, en su casa, en la escuela, Sadosky encontró la matriz para desarrollar el resto de su vida. “Pero lo más importante, es que la escuela tenía una cancha de futbol de modo que tenía en el barrio todo lo que se podía necesitar” Luego vinieron los años del secundario en el mismo Mariano Acosta y el título de maestro. “Formamos parte de una generación que vivía la enseñanza con vocación. Había que saber mucho pero también había que ser conscientes de la importancia social que significaba educar. Esa era la escuela de Sarmiento, del positivismo, de la incorporación de amplios sectores a la sociedad. Todo eso se ha perdido. Los bajos salarios degradaron la educación, pero también los docentes tiene un compromiso muy poco importante con los chicos que tienen delante, sin ser conscientes que lo mejor que puede dejarle una generación a otra es la educación” explicaba el maestro Sadosky.

  “Cuando terminé el secundario me tomé un año para saber que quería hacer. –explicaba Sadosky- Todos mis hermanos estaban en la Universidad, aunque también eran maestros y uno de ellos, el que se recibió de abogado nunca ejerció porque prefirió trabajar como maestro”

  Pero Sadosky se inscribió en la que por entonces se llamaba Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que albergaba a las actuales Facultades de Ingeniería, Arquitectura y Exactas. “Me inscribí en Ingeniería pero poco después me dí cuenta que lo que realmente quería hacer era Matemática, una carrera que por aquella época casi no tenía alumnos”.

  En 1940 termina su tesis doctoral “Sobre los métodos de resolución aproximada de ciertas ecuaciones de la Físicomatemática” y comienza a trabajar en la UBA y en la Universidad de La Plata. “Siempre tuve suerte, cuando terminó la segunda guerra mundial, Charles De Gaulle ofreció mil becas para realizar estudios en Paris. Para la Argentina habían asignado 20 becas y yo solicité una para ir al Instituto Henri Poncairé y me fue concedida. El problema lo tuve con la Universidad de La Plata que no me concedió una licencia. Nos pusieron entre la espada y la pared para deshacerse de nosotros, que éramos opositores al peronismo, pero con Cora decidimos irnos de todas formas, a pesar que ya había nacido nuestra hija”

  Sadosky pasa un par de años en París pero luego viaja a Italia donde conocerá nuevas tendencias en su campo de estudio.“En 1948 estuve en el Instituto de Cálculo, en Roma, y allí descubrí muchas cosas fascinantes que desconocía. Me introduje en temas relacionados con el cálculo numérico que a partir de la segunda guerra mundial empezó a desarrollarse espectacularmente junto con las primeras computadoras”. Sin saberlo, Sadosky se estaba transformando en el primer latinoamericano especialista en computación científica.

  De regreso a la Argentina, en 1949, comienza a trabajar en el Instituto Radiotécnico, una institución dependiente de la UBA y el Ministerio de Marina, pero en 1953 renuncia al cargo y no regresará a la Universidad hasta 1956.

Los años dorados

  En 1958, luego de sancionar el Estatuto Universitario que consagraba para la UBA el gobierno tripartito y la autonomía Universitaria, Sadosky es electo vicedecano de la FCEyN acompañando a Rolando García en la conducción de los destinos de Facultad.

  Son muchas las huellas que dejaron la dupla García-Sadosky, pero vamos a detenernos en una cuya sombra se proyecta nítidamente hasta el presente.

  Su paso por el Instituto de Cálculo en Roma le permitieron comprender el impacto que las computadoras tendrían paulatinamente sobre todas las actividades del quehacer humano. Así fue como consiguió los fondos para la compra de una computadora que fue el núcleo central del flamante Instituto de Cálculo de la FCEyN y de la carrera de computador científico. Para medir la magnitud de aquella aventura bastará puntualizar que la computadora en cuestión, una Mercury valvular de 18 metros de largo, fue la primera computadora que hubo en Argentina y la primera en los ámbitos universitarios de Latinoamérica. También podremos agregar que la carrera de computador científico se transformó en una usina de formación de recursos humanos para el subcontinente y que pronto la computadora, bautizada con el nombre de Clementina, pasó a trabajar jornadas de 24 horas para poder dar respuesta a las demandas de investigadores de universidades y empresas públicas que acudían al Pabellón I, por entonces el único edificio en pié de la proyectada Ciudad Universitaria.

  “Creíamos que estabamos haciendo cosas trascendentes que la sociedad valoraba, pero la verdad es que no nos dimos cuenta que estabamos muy aislados, y descubrimos nuestro aislamiento de la peor forma” recordaba Sadosky aproximándose a la Noche de los Bastones Largos.

  Como muchos de los protagonistas principales de la FCEyN de aquellos años, Sadosky relativizaba el impacto de lo que fue el asalto al edificio Exactas por las fuerzas policiales el 29 de julio de 1966. “Viendo lo que vino después, con los asesinatos y desapariciones, aquella noche la sacamos barata y si no hubiese sido porque había un profesor norteamericano, el matemático Warren Ambrose, entre los apaleados, probablemente el hecho no habrá adquirido tamaña trascendencia”

  Luego de la intervención de la Universidad, que marcó en Exactas el alejamiento de la mayor parte de sus docentes, Sadosky se radicó en Uruguay donde fundó el Centro de Computación de la Universidad de la República.

  Los años de inestabilidad política en América Latina no fueron sencillos para Sadosky, que sin embargo no dejó de hacer lo que le gustaba hacer: desde la Universidad, desde un organismo internacional o en la función pública, Sadosky siguió poniendo toda su juvenil energía y su admirable optimismo al servicio del desarrollo de centros de producción científica. ¿Qué lo movía en esa dirección? El mismo espíritu positivista de lo alimentó en la escuela y en la casa, la misma fe puesta en la educación como única forma de salvación.

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