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2 de mayo de 2001 Aún podemos entrar en una selva tropical, recoger el primer insecto que nos salga al paso y dar así con una especie nunca antes descrita. Y si permitimos que el animal siga su camino treinta segundos más, igual observamos un raro comportamiento jamás descifrado hasta entonces. Es el caso de la hormiga Blepharidatta conops. Patricia Romano da Silva, una joven doctorando del Museo de Zoología de São Paulo, trabaja con varias colonias vivas de esta especie. Una tarde, en su laboratorio, Patricia me muestra el prodigio: Inmediatamente después de que una obrera decide transportar un inmaduro (huevo, larva o pupa), otra obrera se le echa encima para disputarle el privilegio de tan alta responsabilidad. Se inicia así un rito que dura varios segundos, un sereno y tenso tuya-mía, un duelo que define una vencedora. El premio es encargarse de la misión; el consuelo, partir en busca de una nueva oportunidad. ¿Para qué hacen eso? ¡No sé! Hay que diseñar un plan para averiguarlo. ¿Cuál? Piénsese media hora antes de continuar. Continuamos. Se marcan todas las obreras y se toma buena nota del resultado de los torneos. Necesitaremos, eso sí, un poco de método científico para procesar los datos de tan singular liga deportiva. Se diría que sólo pueden ocurrir estas cuatro cosas:
1. Las que pierden siempre pierden y las que ganan siempre ganan. Consecuencia: las obreras tienen una ligera subdivisión del trabajo. Existen obreras sparring y obreras transportadoras. En este caso, el ritual es una especie de prueba para asegurar la buena forma o la buena técnica de las transportadoras. Por ejmplo: la fiabilidad del agarre de las mandíbulas, no vaya a ser que éstas cedan al primer tropiezo o al primer tirón de un ladrón hambriento. Es como el escudero que comprueba el estado de las trinchas de la montura antes de que el caballero arranque a galopar.
2. Una obrera concreta a veces gana y a veces pierde, de modo que el resultado final determina un ranking. Es decir, existen la obrera número 1, la número 2, etcétera. En una colonia bien estudiada se podría apostar bien, como en el tenis de élite, por el ganador de cada encuentro. La respuesta en este caso no puede ser más darwiniana, porque el ritual es un mecanismo de selección preolímpica para actualizar la lista de las mejores mandíbulas en cada momento y lugar. 3. Una obrera concreta gana (o pierde) aleatoriamente. En este caso, el tuya-mía, o bien es para detectar inmaduros accidentalmente mal agarrados o bien no se refiere en absoluto a las obreras, sino al propio inmaduro. Lo importante es sólo agitar antes de usar. Quizá haya programado un tiempo máximo de forcejeo y, tras el toque de la campana, la vencedora se decide con una moneda al aire. Puede ser también que el tuya-mía suponga algún tipo de estímulo para preparar el viaje. Otra respuesta posible es que no haya respuesta. El ritual no tiene sentido... de momento...
4. Ninguna de las alternativas anteriores se corresponde con los datos. Las pautas son complejas. La investigación, continua... Este plan ilustra muy bien una bella metáfora del añorado Richard Feynman: el científico descubre las leyes de la naturaleza como el novato que deduce las reglas de juego del ajedrez tras largas horas de mirón en partidas de café. Hoy ha llegado una buena noticia. Tras unos meses de pruebas, Patricia ha conseguido marcar las 128 obreras de una colonia, con un finísimo pelo de tejón y un código de cuatro colores. Sólo ha habido dos bajas. Las hormigas han desisitido por fin de lavarse la marca de su espalda y ya han vuelto al trabajo. Ahora viene lo bueno.
(1) Jorge Wagensberg es director del Museo de la Ciencia Fundación la Caixa (Barcelona, España)
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