|
3 de octubre
de 2001
"HAY
QUE EVITAR QUE SE APODEREN DEL PATRIMONIO GENETICO"
Entrevista al genetista Monkonbu Sambasivan Swaminathan
(La Recherche, Nro. 403 - Marzo de 2001, Edición en castellano
de Mundo Científico)
En algún sentido, los organismos genéticamente modificados
(OGM) fueron introducidos en la India forzadamente por los Estados
Unidos. Durante los años sesenta, la Casa Blanca comenzó a presionar
a Indira Gandhi para que la legendaria primer ministro dejara de oponerse
a la participación de los EEUU en el conflicto de Vientnam. La amenaza
norteamericana era suspender la ayuda humanitaria que permitía alimentarse
a millones de indios y el gobierno de Gandhi comprobó en la práctica
que no había soberanía sin independencia económica y en la búsqueda
de la independencia económica, la ciencia y la tecnología eran herramientas
indispensables.
Allí entró en juego el genetista Monkonbu Sambasivan
Swaminathan, quién ha dirijido sucesivamente el lndian Agricultural
Research Institute (IARI, Nueva Delhi), el lndian Council for Agricultural
Research (ICAR, Nueva Delhi) y el Internacional Rice Research Institute
(IRRI, Los Banis, Filipinas). Obtuvo el primer premio de alimentación
en 1987 por su contribución a la revolución verde. Con el dinero de
este premio creó hace unos diez años una fundación en Madrás cuyo
objetivo es promover una investigación y unas tecnologías que ayuden
a incrementar la producción de alimentos sin descuidar aspectos sociales
y ambientales que surgen con la aplicación de nuevas tecnologías.
P: Se le considera a usted como el «padre» de la revolución verde
india. ¿Puede usted recordamos cuáles son sus grandes líneas?
M. S. Swaminathan: Hasta la independencia, la agricultura india
estaba estancada en un nivel de extrema debilidad: la producción hortelana
(cereales y leguminosas) aumentaba un 0,11% anual, diez veces menos
deprisa que la población. A comienzos de los años 1960, la situación
se hizo explosiva debido a diferencias con Estados Unidos: el gobierno
estadounidense exigía a Indira Gandhi que dejara de tomar postura
contra la guerra del Vietnam como contrapartida de su ayuda alimentaría.
La cuestión de la autosuficiencia alimentaria se convirtió entonces
en un desafío político de primera importancia. En 1964, el ministro
de alimentación y agricultura, C. Subramanian, puso en marcha una
reforma de las estructuras de investigación y administración agrícolas
y yo fui nombrado director del Indian Agricultural Researclh Institute
(IARI). En aquellas fechas, el agrónomo estadounidense Borlaug (premio
Nobel de la paz en 1970), que dirigía el centro internacional para
la mejora del trigo y el maíz (CIMMMYT, México) y con el que yo colaboraba,
había creado varias variedades de trigo de alto rendimiento, cortas
de tallo y de gran espiga, que presentaban el famoso gen «Norin 10».
En un primer tiempo, decidimos experimentar dos de ellas en los pueblos
del Punjab y del Tamil Nadu entre agricultores voluntarios.
Estos vieron pasar los rendimientos de 1 a 3 toneladas por hectárea.
El ensayo se transformaría meses más tarde: en 1966, se compraron
18.000 toneladas de semillas en México. Este trigo presentaba, a pesar
de todo, un inconveniente importante: era rojo y coloreaba las chapattis
(tortas de trigo). Con mi equipo, crucé las variedades mexicanas con
variedades tradicionales indias ambarinas.
Estos híbridos fueron los que se utilizaron más tarde. Paralelamente,
un esfuerzo presupuestario sin precedentes en favor de la agricultura
permitió modernizar las estructuras, desarrollar la irrigación. También
se compraron semillas de arroz de alto rendimiento en el Instituto
Internacional de Investigación sobre el Arroz (IRRI) en Filipinas.
La expresión «revolución verde» fue creada en 1968 por un americano,
William Gaud, para describir el subsiguiente aumento de productividad.
De esta manera, en 1975 India consiguió ser autosuficiente en lo tocante
a alimentación. Era un formidable desmentido a las previsiones maltusianas
de los años 1960.
P: Veinte años después, ¿cuál es su balance?
M.S.S.: La revolución verde ha permitido un despegue espectacular
de la agricultura india. Por primera vez en Asia, el crecimiento de
la producción alimentaría era mayor que el crecimiento demográfico:
hasta fines de los años 1980, la producción (incluidos todos los tipos
de cultivos) aumentó anualmente un 3%, contra un 2,4% de la población.
La producción de trigo ha pasado de 6 millones de toneladas en 1947
a 75 millones de toneladas este año. ¡Diez veces más! Este salto cualitativo
vale también para el arroz, la leche, los huevos o el pescado. India
se ha convertido en una de las cuatro grandes potencias agrícolas
mundiales, con China, la ex Unión Soviética y Estados Unidos.
P: La mayoría de los especialistas están de acuerdo en la necesidad
de la revolución verde y en su carácter beneficioso, pero se formulan
críticas coda vez más vivas sobre su coste. ¿Qué opina usted?
M.S.S.: La mayoría están justificadas. Cuando se inició la revolución
verde, la sustentabilidad no era un criterio. Había que garantizar
a cualquier precio la seguridad alimentaria del país, lo que exigía
aumentar la producción lo más deprisa posible. Pero este incremento,
por supuesto, tiene un coste: las variedades de alto rendimiento consumen
muchísima agua y son más sensibles a los insectos y a distintos parásitos
que las variedades tradicionales. Si bien la renta per capita de los
granjeros ha aumentado globalmente (en Punjab, ha pasado de 60 dólares
en 1980-1981 a 440 dólares en 1997-1998), el coste de la producción
se ha triplicado en menos de veinte años a causa del uso masivo de
abonos (apenas 0,5 kg por hectárea en 1950, y 47 kg en 1985), pesticidas
e insecticidas. El granjero del Punjab gastaba 30 dólares en 1997-1998.
Más aún, desde hace unos diez años el rendimiento medio de los cultivos
no aumenta lo suficiente para compensar este sobrecoste.
El cultivo de las variedades de alto rendimiento de trigo y arroz
se ha hecho en detrimento del de leguminosas, plantas éstas que sin
embargo son esenciales para la conservación de los suelos y para el
equilibrio nutricional. También ha tenido un impacto directo sobre
la demanda de agua. Las superficies irrigadas representan actualmente
poco más del 30% de la superficie cultivada, contra un 17% en 1950.
El número de pozos entubados destinados a la irrigación se ha cuadriplicado,
por lo que el nivel de las capas freáticas se ha reducido de una manera
inquietante. En el Punjab, el granero de trigo de la India, ha bajado
cuatro metros. La falta de dispositivos de drenaje explica también
que los suelos sean cada vez más alcalinos y salinos.
Por
lo que respecta al coste social, la revolución verde ha favorecido
sobre todo a los que podían invertir u obtener los créditos necesarios
para adoptar las nuevas variedades y desarrollar la irrigación. En
otras palabras, a las más grandes explotaciones. En cambio, no ha
aprovechado mucho a los «pequeños» agricultores, los que poseen menos
de 2 hectáreas de tierra, como tampoco, a fortiori, a quienes no tienen
ninguna, una masa pobre estimada en un cuarto de la población activa
total de la India. Y si una hectárea de tierra irrigada puede alimentar
a una familia, no cabe decir lo mismo de una hectárea dedicada a la
agricultura pluvial (1 hectárea irrigada equivale a 3 hectáreas pluviales).
Además, la revolución verde ha afectado poco las regiones áridas y
semiáridas, que representan el 65% de las superficies cultivadas.
Por supuesto, se puede seguir produciendo más con el sistema actual.
Pero ¿a qué precio y durante cuánto tiempo? Ya en 1968, había yo puesto
en guardia contra los efectos secundarios de una agricultura intensiva
y había hecho una llamada en favor de una «revolución verde sustentable»
o «revolución doblemente verde» (evergreen revolution). De un enfoque
centrado en las materias primas y el beneficio inmediato hay que pasar
a un sistema de agricultura integrada que saque el máximo provecho
de todos los recursos disponibles en una determinada región (el agua,
la tierra, los abonos naturales, los animales, etc.) sin dejar de
proteger los fundamentos ecológicos. Es un equilibrio delicado que
se puede conseguir casando las ciencias más modernas (biotecnologías,
tecnologías de la información, obtención de imágenes vía satélite,
energías renovables, etc.) con la tradición. Es lo que llamo ecotecnología
-una tecnología ecológicamente sustentable, socialmente aceptable
y que crea empleo- o la regla de las cinco "E": Ecología, Economía,
Equidad (especialmente entre hombres y mujeres), Empleo y Energía.
Al no poder incrementarse mucho la superficie cultivable, el aumento
de la producción deberá venir una vez más de un incremento duradero
de la productividad, especialmente de las zonas menos favorables,
las que están situadas en las regiones áridas y semiáridas y que se
han beneficiado muy poco de la revolución verde. Que quede claro:
no preconizo un retorno a los métodos tradicionales de cultivo. Los
que defienden esta idea parecen ignorar que hace sólo un siglo, entre
1870 y 1900, las hambrunas diezmaron a 30 millones de personas, cuando
la población de la India era sólo de 290 millones.
P: India se está preparando para el cultivo intensivo de organismos
genéricamente modificados (OGM). ¿Cree usted que podrán mejorar la
vida de los más pobres?
M.S.S.: Los beneficios pueden ser considerables para los países
en vías de desarrollo en términos a la vez de seguridad alimentaría
y de medio ambiente. En efecto, es el modo más eficaz para concentrar
un máximo de caracteres genéticos favorables en una planta. Por ejemplo,
se puede pensar en obtener variedades de alto rendimiento dotadas
de mejores cualidades nutricionales, que requieran menos agua y abonos,
adaptadas a la sequía, tolerantes a la sal y más resistentes a las
enfermedades.
P: ¿Qué opina sobre el principio de precaución tal como se aplica
en Europa?
M.S.S.: Ante todo, es imperativo asegurarse de la inocuidad
de los OGM, tanto para el hombre como para el medio. Y por lo tanto
seguir experimentando. Corresponde a la investigación pública hacer
un esfuerzo junto con especialistas independientes del lobby agroalimentario.
Compete a cada país decidir lo que es bueno y lo que está o no permitido.
Cada nación debe tener su propia comisión sobre seguridad alimentaría,
que deberá autorizar o no la comercialización de tal o cual OGM. Esta
comisión debe estar formada por expertos independientes, pero también
por individuos procedentes de todas las capas de la sociedad: granjeros,
mujeres, representantes de los medios, etc. No obstante me parece
necesario un protocolo internacional que permita, entre otras cosas,
eliminar los OGM que constituyan una amenaza para la biodiversidad.
Mi preocupación principal, sin embargo, es más bien de orden económico
y ético. ¿Cómo evitar que un pequeñísimo número de multinacionales
se apoderen del patrimonio genético? ¿Y cómo conseguir que esta tecnología
beneficie a todos, pobres o ricos, hombres y mujeres? En el Estado
de Orissa, en la costa este de India, tratamos de implicar directamente
a las poblaciones rurales y tribales en su conservación: los lugareños
cosechan y almacenan las variedades alimentarias tradicionales en
su propio banco de genes. A largo plazo, el objetivo consiste en lograr
un reconocimiento en el marco de la propuesta de ley sobre la protección
de la biodiversidad y el derecho de los granjeros.
En definitiva, lo más importante es informar al consumidor: debe conocer
los riesgos y saber a dónde irán a parar los beneficios. Las multinacionales
tienen excesiva tendencia a ocultar las informaciones molestas.
P: Afirma usted a menudo que la seguridad alimentaria no puede
reducirse a una simple cuestión de producción agrícola o de valor
energético de la ración cotidiana. ¿Qué quiere decir con eso exactamente?
M.S.S.:
En India, la gente ya no se muere de hambre porque no haya alimentos
en el mercado, sino por falta de medios para comprarlos. Unos 350
millones de indios padecen malnutrición crónica porque son pobres.
Está bien acrecentar la producción agrícola, pero es insuficiente
si no se hace nada para que los más desfavorecidos puedan procurarse
los alimentos disponibles o para que accedan a nuevas semillas, abonos,
tecnología, etc. Más allá de la seguridad alimentaria, lo que está
en cuestión es el desarrollo rural y su sustentabilidad. Hay que encontrar
oficios alternativos, de fácil acceso y remuneradores para los más
pobres y para las mujeres. Lo cual sólo puede hacerse creando nuevos
mercados y un marco económico que favorezca la iniciativa individual.
P: En otros términos, preconiza usted un modelo de desarrollo más
orientado al individuo que a la producción de masas. ¿No es utópico
en un país tan poblado como India?
M.S.S.: No lo creo. Lo hemos experimentado con éxito en una
región como Pondichery, en las llamadas «bioaldeas»: gracias a la
ecotecnología, hemos hecho emerger empresarios económicamente autónomos
en las capas más pobres de la población. Han nacido así multitud de
microempresas remuneradoras y ecológicamente neutras, desde la piscicultura
a Ia producción de hongos, hortalizas y leche, pasando por la cría
de aves de corral, la producción de semillas híbridas y el cultivo
de flores.
Es la existencia de un mercado solvente lo que dicta las decisiones.
Como en la revolución verde en sus comienzos, sólo trabajamos con
voluntarios. Al fin y al cabo, los voluntarios aprenden por la experiencia.
El analfabetismo no es una desventaja. Luego, los nuevos empresarios
toman el relevo y se convierten ellos mismos en formadores. El programa
se puso en marcha en 1991 en tres aldeas. Actualmente afecta a diecinueve
(unas 8.000 familias) y recibimos constantemente nuevas demandas procedentes
de pueblos vecinos. La administración de Pondichery ha decidido extenderlo
a doscientos sesenta y cuatro pueblos del territorio de aquí al 2007.
P:
¿Cómo percibe el papel de las mujeres en esta evolución?
M.S.S.:
La pobreza se feminiza en África y Asia. En India, hay una muy fuerte
discriminación sexual. Hay por término medio 930 mujeres por cada
1.000 hombres: las mujeres mueren más, sufren de malnutrición en mayor
grado y están menos escolarizadas que los chicos; el 41% de los hombres
están alfabetizados, por un 26% de mujeres. El experimento de Pondichery
demuestra que la mejora del nivel económico de la familia pasa por
el desarrollo de las mujeres. Cuando un hombre gana más dinero, siente
la tentación de gastárselo en alcohol. Cuando es una mujer, alimenta
mejor a sus hijos y los deja más tiempo en la escuela.-
La versión original de esta entrevista fue publicada en La Recherche
(Nro 403 de marzo de 2001) y en su edición en castellano, Mundo Científico
Nro 223.
Más información:
El sitio de la Fundación de Monkonbu Sambasivan Swaminathan
http://www.mssrf.org/
"LA
OPOSICION ECOLOGISTA A LOS TRANSGENICOS
ES ELITISTA" Entrevista a Norman Borlaug, publicada en
Educyt Nro 107
http://www.fcen.uba.ar/prensa/educyt/2000/ed107b.htm
|