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22 de marzo de 2001
Ciencia y Arte en el Museo
Por José Sellés Martinez (1)

Museos de Arte dónde se enseñen ciencias, museos de Ciencias dónde se aprecie el Arte. Abandonar las viejas trincheras que excluyen a la Ciencia de la Cultura constituye un desafío que sólo muy pocos se muestran decididos a aceptar.

Este artículo no debe ser leído como una exposición erudita, ya que no lo es, sino como una serie de reflexiones, de respuestas personales más o menos ordenadas, a un conjunto de preguntas sobre el tema y, también como una propuesta, en la que el autor se enrola entusiastamente, de encarar futuras muestras desde una perspectiva diferente e integradora, que si bien cuenta ya con algunos años de antigüedad en otros medios, no ha sido aún llevada a la práctica entre nosotros con la continuidad e intensidad que sería de desear.

¿Qué es un museo?

Permítaseme iniciar la batería de preguntas por la más elemental, aquella que, curiosamente, generalmente nunca se hace el visitante. La respuesta a esta pregunta, ¿qué es un museo?, no es fácil. Una primera aproximación a la respuesta, o una forma de eludirla, es acudir a la clasificación, y en este aspecto podríamos proponer un agrupamiento en cuatro tipos básicos

  • Museos históricos
    • Museos de sitio y de costumbres
    • Museos de artes, diseño y arquitectura
    • Museos de ciencias, tecnología y patrimonio natural

Los dos primeros hacen en general énfasis en lo "actuado" por el hombre, son museos de acontecer, de actividad social, militar, política. Describen lo que ocurrió, dónde, cómo, porqué. Lo ilustran con reconstrucciones y documentos. Sin embargo, los objetos que se exhiben en ellos carecen de sentido propio fuera del contexto social y económico de la época o el episodio que se recrea.

Los museos de artes y de ciencias, por su parte se abocan a la exposición de aquello producido por la creatividad del hombre. Los objetos que en ellos se exhiben tienen un sentido independiente del acontecer, adquieren su sentido estricto fuera de su contexto social y económico. Esto no significa que dicho contexto haya sido irrelevante en su gestación. Todo lo contrario. Pero no agrega valor intrínseco a la obra de arte o al descubrimiento científico. Un cuadro no es bueno o es malo por el lugar o la época en que fue pintado, del mismo modo que una hipótesis científica no es cierta por quién la dijo o por la circunstancia en que la dijo.

Sin embargo, la división no es neta. En los museos históricos frecuentemente está presente el arte, y muchas veces estos museos se superponen en sus objetivos con los museos de sitio, en los que, es habitual hacer referencia a las tradiciones e historias locales.

En los museos de arte, frecuentemente aparece la historia, como consecuencia del agrupamiento en escuelas, o en culturas y a la referencia de las obras a su contexto social.

En los museos de ciencias, aún cuando se haga específica referencia a la historia de la ciencia o de la tecnología, es difícil establecer contacto con los otras áreas. Esto constituyó probablamente uno de los aspectos que, desde siempre, incidieron más negativamente en la aceptación de las propuestas de estos museos por parte del público. Al no haber historia reconocible por recorrer, una trama por elaborar, o un personaje por reconocer, el diálogo del observador con el objeto o con el concepto se hace mucho más difícil.

Este intento de clasificación tiene serias limitaciónes, y de éstas surgen también algunas preguntas, cuyas respuestas pueden ser polémicas, pero que abren discusiones esclarecedoras. Entre ellas podemos proponer:

  • ¿El museo etnográfico es un museo de arte o un museo de ciencia?
  • ¿Por qué un museo histórico nacional no es un museo de ciencia?¿No lo es, acaso, la Historia?
  • ¿O es que acaso ciencias son sólo las exactas y naturales?
  • ¿Qué diferencias existen, si es que exiten, entre un museo de artes y un museo de ciencias?

Nos extenderemos más adelante sobre la respuesta a esta última pregunta, pero primero, y refiriéndonos un poco más especificamente a los museos de ciencias, quisieramos avanzar en la respuesta a otra, estrechamente vinculada a aquella

  • ¿Será posible una muestra en la que se asocien el arte y la ciencia?

Esta pregunta (a la cual proponemos una respuesta categoricamente afirmativa) se refiere a la posibilidad de desarrollar un museo integrador de arte y ciencia. Es evidente que una muestra sobre diseño industrial asocia el arte y la tecnología, pero las posibilidades no se agotan allí. En el museo al que nos referimos no sólo se exhibirían las aportaciones recíprocas entre arte y ciencia. En el museo no sólo se muestra, sino que se enseña (enseñar y mostrar son por otro lado sinónimos, a los que el uso cotidiano ha dado connotaciones diferentes), y esta acción educativa es independiente de que el visitante pueda o no ser conciente de ella. El arte, y esto está harto demostrado, es un excelente instrumento para despertar inquietudes y, en lenguaje un poco más técnico, posibilita el afloramiento de inclusores que mejoren la eficiencia del proceso de enseñanza-aprendizaje. ¿Por qué no hacer un uso sistemático de esta posibilidad?

Quizás las diferencias entre ambos tipos de museos, los dedicados a las Ciencias y los dedicados a las Artes, no sean tan evidentes como parece. Ambos pueden utilizar estrategias de organización de sus exhibiciones que son similares. La tabla siguiente ilustra algunos ejemplos

Tipo de enfoque

Museo de artes

Museo de ciencias

Histórico

El arte Románico

La ciencia en la época griega

Personalizado

La obra de Velázquez

La obra de Miguel Servet

Técnico

Collage

Imágenes satelitales

Ideológico

Arte ecológico

La selección natural

Coleccionismo

La colección de A. Santamarina

Gemas del Brasil

Temático

Naturalezas muertas

Dinosaurios

La concepción de un museo que asocie el arte y la ciencia debe partir de la comprensión mutua del punto de vista del otro. Ciencia vs. arte, rigor científico vs. libertad irrestricta, circunspección vs. frivolidad, etc. son antinomias que, no por el hecho de ser falsas, dejan de ser dolorosamente ciertas en la evaluación y en la aceptación recíproca del trabajo del otro.

Caben entonces en esta instancia otras dos preguntas, sobre cuya respuesta descansa el peso del problema y que es necesario tener en cuenta si se desea elaborar un diálogo construtivo. Son éstas:

    • ¿Porqué se hace arte?
    • ¿Porqué se hace ciencia?

La belleza y la verdad son sólo dos formas complementarias (y no opuestas) de intentar penetrar el órden y la armonia. La primera produce obras de arte, se orienta a la percepción sensorial; la segunda construye el denominado conocimiento científico, o ciencia, en sentido amplio y se orienta hacia la percepción racional. Sin embargo no son muchos los artistas y científicos que adhieren honestamente a una propuesta de este tipo. Quienes hacen ciencia creen que su obra es más trascendente que la del artista, pues ellos han encontrado "la verdad". Los que se dedican al arte, por su parte, miran la ciencia como un vano ejercicio intelectual, que podrá encontrar fórmulas, pero que no llegará nunca a la belleza, que es la verdadera forma de la verdad. Ambas posiciones, por supuesto expresadas aquí como extremos para facilitar el análisis, son generalmente fruto de la ignorancia de la labor del otro. Son también fruto de la ligereza con que, sobre todos en estos tiempos de cultura superficial, se emiten juicios de valor. En el caso del arte, se confunde la alternativa lícita "bueno" o "malo", con la opinión personal, "me gusta" o "no me gusta", sobre la cual no deberían fundarse prestigios o desprestigios. En ciencia la alternativa lícita es "cierto" o "falso" y no la opinión personal del "me parece" o "no me parece". Si el artista acepta la exigencia de "contrastabilidad" que propone el científico y éste a su vez acepta que no sólo es arte lo que a él, personalmlente le gusta, podrá comenzarse un diálogo constructivo, que se potenciará a medida que pase el tiempo.

Si no es fácil responder porqué se hace ciencia o porqué se hace arte, menos aún lo es definir al arte y la ciencia. Ambos admiten definiciones desde diferentes campos o perspectivas. Las respuestas a la pregunta ¿Qué es la ciencia? pueden ser entre otras que se trata de una forma de búsqueda, pueden restringir la definición al producto final de esa búsqueda, o bien ampliarla hasta incluír el modo de ver y hacer ímplicito en la metodología científica. Similares respuestas cabrían a la pregunta ¿qué es el arte?. Como dijéramos al principio, la búsqueda de la verdad o de la belleza, el hallazgo de un principio científico o la realización de una obra de arte, son respuestas adecuadas, respectivamente, para la ciencia y el arte en cada caso. El científico busca la verdad a través de la descripción de los objetos, y del análisis de los procesos, trata de reconocer el órden de la naturaleza. El artista por su parte busca nuevos objetos, nuevas maneras de organizarlos, propone nuevos modos de percibirlos. Ambos recorren, de distintos modos, el mismo camino.

Continuando con el análisis de la posibilidad de crear un nuevo tipo de museo, o de muestra, en donde ciencia y arte sean co-protagonistas, será necesario volver a la pregunta inicial: ¿Qué es un museo?. Pregunta que en realidad es un conjunto de ellas, ya que un museo, más allá de la etimología de la palabra, es en realidad un complejo organismo que necesita, para una descripción aproximada, respuestas a cuestiones cómo:

  • Qué hace y qué muestra
  • Cómo lo hace y cómo lo muestra
  • Por qué lo hace y por qué lo muestra
  • Para qué lo hace y para qué lo muestra
  • Cuándo lo hace y cuándo lo muestra
  • Dónde lo hace y dónde lo muestra
  • Quién lo hace y quién lo muestra
  • Con quién lo hace y con quién lo muestra

De la forma en que los responsables del museo den respuesta a este puñado de preguntas surge la personalidad del museo, sus objetivos y el modo elegido para alcanzarlos.

En el caso de un museo tradicional de ciencias cabe indagar en la primera de las preguntas propuestas, ¿Qué hace y muestra un museo de ciencias? Las posibilidades son varias. Puede mostrar cómo se hace la ciencia, sus métodos, sus técnicas, sus condicionamientos: los saberes acumulados y los desafíos que restan, la posición moral y ética del hombre de ciencia, etc. Ultimamente se ha hecho un énfasis demasiado intenso en poner de manifiesto la "utilidad social de la ciencia" (cuando curiosamente a nadie se le ocurre plantearse con igual intensidad cuál es la utilidad social del arte) y se han organizado muestras tratando de poner en evidencia aquello que la sociedad "debe" a la ciencia Esta búsqueda de legitimización de la actividad de investigación desde la posibilidad de una aplicación tecnológica, si bien válida e importante, corre, frente a públicos legos, el riesgo de proponer como única opción válida de actividad científica aquello que "sirva". ¿Y quién puede decir, desde el hoy, qué es lo que servirá mañana?. Del mismo modo nadie puede predecir cuál será la obra de arte que surgirá en las próximas horas ni se puede justificar la existencia del arte por la importancia de su mercado.

La interactividad en el museo

Un tema clave en el análsis del funcionamiento de un museo es la posibilidad del visitante de interactuar con los objetos expuestos. En los museos en los que se exhiben objetos valiosos (ya sean artísticos o científicos) la imposibilidad de actuar sobre, o con, la obra expuesta es comprendida y aceptada por el público, que de ese modo, se distancia del arte o la ciencia y acepta implicitamente que le son ajenos. Esta concepción museística está cambiando desde hace algunas décadas y hoy en día se tiende al logro de una mayor comprensión del mensaje artístico o científico desde la participación en la producción personal de una obra similar (aceptándose sí, sin necesidad de sentirse menoscabado, que el mensaje será similar en la técnica, en la forma, en los materiales, pero no en la originalidad o la excelencia). Esto surge también como consecuencia de que las tendencias actuales intentan dejar de lado el espacio museístico como lugar exclusivo del experto y se abren como alternativas no sólo de aprendizaje informal sino también de tiempo libre. Sin entrar a discutir sobre la pertinencia o no de algunas de estas propuestas, lo cierto es que están ahí, y lo sensato es usarlas con objetivos más nobles que la simple multiplicación del número de visitantes o el aumento de las ventas en la tienda de recuerdos. Creo que es lícito preguntarse si, en una muestra dedicada a públicos no expertos, en lugar de agobiar al visitante con decenas de cuadros, no sería mejor enfrentarlo con una una única obra clave. Cuánto más aprendería acerca del valor de un cuadro como Las Meninas si se le permitiera elaborar propuestas de organización de los elementos presentes en el cuadro sobre una maqueta a escala que reprodujera el ambiente y los personajes. Si se le permitiera fotografíar sus propias propuestas y compararlas con la obra de Velázquez, alcanzaría, a través de la vivencia personal de la dificultad de la organización y representación del espacio, del uso de la luz, etc., una nueva altura desde la cual apreciar la obra de arte. Una actividad de este tipo, lejos de ser un juego trivial, puede constituír una experiencia sumamente enriquecedora.

.En el caso de los museos de ciencia la vieja fórmula de visitantes recorriendo y admirando en silencio ha pasado por distintas etapas evolutivas y las últimas no han sido aún transitadas en su totalidad. Estas etapás, nominadas desde la perspectiva de la acción del visitante, pueden ordenarse cronologícamente del siguiente modo:

    • "Ver, oír y callar"
    • Tocar botones y ver qué ocurre
    • Jugar con "instrumental científico"
    • "Ver, oír y proponer"
    • Diseñar un modo de encontrar la respuesta a una pregunta

En la realidad del museo contemporáneo, este ordenamiento cronológico debe transformarse en un ordenamiento espacial. Deben existir sectores dónde cada una de esas formas de relación con los visitantes puede cumplir un rol complementario. Ninguna de ellas puede ser eliminada sin desmedro del resultado final si existen limitaciones de tiempos, espacios y contenidos en la planificación de cada muestra (y sabemos que estas exigencias siempre están presentes).

El museo de ciencias, por otra parte, ¿Debe asombrar?, ¿Debe incentivar?, ¿Debe enseñar?, ¿Debe formar?. La respuesta que se dé a las preguntas, o el distinto grado de importancia que se dé a cada una de ellas en la propuesta museística, condiciona fundamentalmente el aspecto, instalaciones, costo y resultado del museo. Por cierto, el museo no puede aburrir, y en el reconocimiento de que la muestra es un diálogo en el cual el visitante es parte activa, está la clave del éxito del proyecto.

¿Debe ir la escuela al museo o el museo a la escuela?

Otra pregunta relevante en el análisis acerca de qué es y qué hace un museo se refiere al grado de intereracción que debe tener el museo de ciencias con la escuela. Desde mucho antes, pero con gran fuerza en el Siglo XIX, los museos son considerados sitios dónde se aprende (están dedicados a la "instrucción pública"), y en ese sentido complementan la labor de enseñanza que se desarrolla en la escuela. Con respecto a la relación de los alumnos con la ciencia más allá de las exposiciones orales de sus maestros o profesores, existían por un lado los laboratorios escolares y por otro las esporádicas visitas a los museos. La verdad es que:

  • Los laboratorios generalmente no se usan (por falta de capacitación de los docentes, por falta de tiempo para realizar las experiencias, por falta de materiales, etc.)
  • Las visitas a los museos generalmente no se aprovechan, dada la falta de estrategias de captación de la atención del alumno. (el museo tiende, por el contrarío, a proponer una constante dispersión).

Para contrarestar esta situación negativa, la perspectiva actual propone la creación de centros de actividad científica, adosados a los colegios, pero gestionados por personal con formación científica. De este modo se espera lograr

  • Un enfoque más dinámico en la presentación y desarrollo de las experiencias
  • Un uso más racional de los recursos en personal, equipamiento y materiales
  • Un mejor aprovechamiento del tiempo del alumno y del docente

La tarea en estos centros debería logicamente iniciarse en la escuela con la presentación de los temas, su desarrollo conceptual, la identificación de problemas y la proposición, por parte de los alumnos, de modos de resolverlos. En el centro de experimentación, y bajo la guía experta, las propuestas de los alumnos serían llevadas a la práctica y completadas con aquellas otras que permitan solucionar el conflicto cognitivo existente y lograr el buscado aprendizaje significativo. Existen actualmente en nuestro medio, ámbitos que responden a iniciativas personales, en los cuales, generalmente con resultados muy alentadores, se ponen en práctica propuestas de este tipo, sin embargo, ello no es suficiente. En nuestra opinión debería crearse una estructura similar a las de las Bibliotecas barriales, que sirven a un determinado barrio y a su conjunto de escuelas públicas y privadas, y brindar a esas mismas escuelas la posibilidad de contar con centros dónde ver y hacer la ciencia de la que se habla en clase.

Ambas propuestas, la recientemente señalada red de centros de experimentación científica y la realización de muestras en las que se fusionen arte y ciencia, son los desafios que enfrentan la educación científica en nuestro país en este momento. Uno de ellos es lograr coordinar su mensaje con el del arte, de forma tal de facilitar su apropiación por parte del no iniciado. El otro el de hacer patentes, para los estudiantes, procedimientos y métodos que van más allá del enunciado teórico de fórmulas y definiciones, y son parte del aprendizaje de las ciencias.

El llamado está hecho, ¿Cuándo comenzamos?

(1) Profesor del Departamento de Geología de la FCEyN-UBA

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