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Jueves 16 de octubre de 2003 El 15 de octubre de 1980, Genentech, una joven empresa nacida en 1976, puso en oferta sus acciones en la Bolsa de Nueva York. En tan sólo 20 minutos, sus papeles treparon de los 35 dólares de apertura, a U$S 89. Las finanzas recibían a la primera compañía de biotecnología que ingresaba al mundo bursátil con un récord de velocidad de crecimiento jamás igualado en la historia de Wall Street. Por
Carlos Borches. ¿Cuándo empieza esta historia? No estaría mal tomar como arbitrario punto de partida al dúo formado por James Watson y Francis Crick, quienes en 1953 comenzaron a correr el velo que separaba a los hombres de los "secretos de la vida". Fueron necesarias unas 900 palabras y un sencillo diagrama publicados en la revista Nature para que encendieran la mecha de una de las revoluciones científicas del siglo XX. La sorprendente belleza de la estructura del ADN estaba brevemente expuesta en aquél artículo de Nature y de allí en más un ejército de científicos explorarían al ADN en busca de secretos, aplicaciones que mejoran la vida de los hombres y, por qué no, de negocios. Bussines are Bussines
Un soleado mediodía de 1972 encontró a Stanley Cohen y a Herbert Boyer frente a un ligero almuerzo en la paradisíaca Hawai. Contaban con un par de horas de descanso de un Congreso que empezaba a considerar que el dúo era un digno heredero de la dupla Watson-Crick. No era para menos, unos meses antes, Cohen, de la Universidad de Stanford, y Boyer de la Universidad de California San Francisco, habían descubierto "tijeras genéticas" capaces de cortar segmentos de ADN en lugares muy precisos. De allí donde la realidad se confunde con el mito, sale la versión que cuenta que en ese almuerzo Cohen y Boyer comenzaron a pergeñar los próximos pasos: si ya sabían como cortar segmentos de ADN, ¿por qué no cortar segmentos específicos como son los genes? Y más aún, ¿por qué no remplazar al gen cortado por otro de otra especie, capaz de sintetizar proteínas que el primero organismo no producía? Cohen y Boyer comenzaban a vislumbrar una nueva frontera, la ingeniería genética. Un año más tarde el dúo Cohen-Boyer presentó en sociedad una bacteria Escherichia Coli que llevaba genes de sapo. La llamaron Quimera, como el ser mitológico combinación de león, cabra y serpiente. El desarrollo abría la puerta para una revolución en la industria farmacéutica. Si se pudiese lograr que una bacteria incorporara el gen que sintetiza, por ejemplo, la insulina humana se lograría solucionar el problema de millones de diabéticos. Pero en ese momento nadie podía ver claramente cuál era la distancia entre el desarrollo de laboratorio y la aplicación industrial, cuáles serían sus costos ni mucho menos si se alcanzarían los beneficios esperados. De todas formas, un abogado de la Universidad de Stanford tuvo la "inquietud" por patentar la técnica desarrollada por Cohen y Boyer para clonar genes en células bacterianas. Cada paso que daba la dupla habría una puerta a un dilema ético. La clonación de genes ya entonces disparó el debate sobre hasta dónde podía llegar el hombre remplazando a los dioses en la creación de quimeras, y la patente sobre un conocimiento científico fue rechazada por muchos colegas de Cohen y Boyer que consideraron que esos conocimientos debían ser de dominio público. Incluso el camino empezaba a separarse para el dúo. Cohen era un científico más clásico, en tanto que Boyer se mostraba muy interesado en protagonizar un desembarco científico en la industria.
En 1976, Herbert Boyer encontró a su nuevo compañero de ruta. Durante días, Boyer había sido acosado por un joven de 29 años. Se trataba de Robert Swanson, un estudiante de química del MIT que había interrumpido sus estudios momentáneamente para trabajar en una firma de inversionistas. Swanson estaba absolutamente dominado por la idea de conseguir capitales de riesgo que permitieran crear una empresa "biotecnológica", pero antes necesitaba convencer a quienes contaban con los conocimientos para ponerla en marcha. No era la primera vez que Boyer hablaba con empresarios, y aceptó tomar una cerveza con Swanson en un bar cercano a la Universidad. Previamente le había concedido diez minutos, pero estuvieron charlando por más de tres horas delineando lo que sería Genentech. En sus orígenes, Genentech fue una empresa virtual, Swanson visitaba a inversionistas y conseguía fondos que Boyer los distribuía en una red de laboratorios universitarios cuyos directores habían decidido acompañarlo en la aventura. El esfuerzo combinado los llevó a sintetizar el gen para una hormona humana, la somatostatina, y a clonar la proteína en la eterna protagónica Escherichia coli. El éxito los llevó a comprar un viejo depósito en la Bahía de San Francisco transformado en la primera sede real de Genentech pero se encontraron con un problema a la hora de reclutar científicos para la empresa. En los ámbitos académicos se cultivaba cierto recelo por la industria; una cosa era colaborar sin abandonar las líneas de investigación consagradas, y otra cosa era pasar a la industria tiempo completo. En 1977 Genentech incorporó a un joven estudiante de química, David Goeddel que reunió las cualidades científicas y organizativas que le estaban faltando a la empresa y un año más tarde Genentech logró sintetizar la insulina humana y poco después la hormona de crecimiento. No sólo la biotecnología ya estaba instalada como negocio, sino que los científicos de Genentech superaron la sensación de ser proscriptos de la comunidad académica inundando las revistas especializadas con artículos científicos. En cinco años Genentech produjo más de mil papers en biotecnología publicados en las principales revistas científicas al tiempo que obtuvieron 1200 patentes por sus desarrollos. Alcanzando un capital de 35 millones de dólares, Genentech ingresó a la Bolsa en 1980. Se había abierto un sendero por el cual transitarían en poco tiempo unas cuatrocientas firmas lideradas por empresarios de riesgo y científicos. Con el tiempo, Boyer volvió a la Universidad donde se encontraba más cómodo, pero conservando su influencia sobre Swanson, que se transformó en un ejemplo para el mundo empresarial. El vertiginosos crecimiento de Genentech, las nuevas competencias y algunos fracasos generaron problemas entre la línea científica y la empresarial. El valor de las acciones fue cayendo y finalmente, en 1990, Roche pagó 2100 millones de dólares por el 70% de la compañía. En
diciembre de 1999, a los 52 años, falleció Robert Swanson, quien alguna
vez dijera que "el capital fundamental de Genentech es la ciencia"
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