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Jueves 12 de junio de 2003

Opinión
Todos nosotros, los monos

La información genética está saldando deudas con las viejas discusiones sobre el origen de las especies, descarta la existencia de razas distintas y sale al cruce de conductas de las multinacionales farmacéuticas.

Por Alberto Kornblihtt (*)

  La vieja discusión sobre si el hombre desciende del mono está saldada. El hombre no desciende del mono: el hombre es un mono. Más precisamente, un mono africano, al igual que el chimpancé y el gorila, pero no un mono asiático como el orangután.

  En efecto, hay fuertes evidencias de que la especie humana se originó en Africa hace unos 150.000 a 200.000 años y que, desde el Africa, migró y colonizó el resto del planeta. La especie viviente más cercana al hombre, genéticamente hablando, es el chimpancé. No obstante, para encontrar ancestros comunes con este primo debemos remontarnos a 5 o 7 millones de años atrás. El hombre (Homo sapiens sapiens) no fue la única especie del género que existió, pero sí la única que sobrevivió. Hace 30.000 años se extinguió otra especie de hombre, el Homo neanderthalensis u hombre de Neanderthal, con la cual no sólo coexistimos por más de 100.000 años sino que además convivimos en Europa y oeste de Asia. Sabemos que no era un antepasado nuestro sino una especie distinta, y que poseía cultura. No sabemos si podíamos cruzarnos y dar descendencia con ellos, aunque la evidencia fósil indica que es poco probable.

  Tampoco sabemos por qué se extinguió ni si tuvimos alguna responsabilidad en ello. No sería impensable que la tuviéramos: hemos dado cabal cuenta de nuestra capacidad de invadir territorios y exterminar gente de nuestra propia especie.

  Mucho de lo que hoy podemos asegurar sobre nuestros orígenes es consecuencia del estudio del ADN, la sustancia portadora de la información genética. El ADN se encuentra en los cromosomas del núcleo de nuestras células y su estructura en forma de doble hélice fue descubierta por James Watson y Francis Crick hace sólo 50 años. Resulta notable que las bodas de oro del ADN coincidan con el haber completado el desciframiento del genoma humano. Llamamos genoma a todo el ADN de los cromosomas y a los genes que éste contiene. Los genes son segmentos de ADN, cada uno de los cuales codifica para una proteína; pero sólo un 30% del genoma humano está compuesto por genes. El 70% restante, que también es ADN, constituye las llamadas regiones intergénicas, no codifica para nada, y su función, si es que la tiene, no es muy clara.

  Se piensa que las regiones intergénicas cumplieron una función en la evolución de los vertebrados, es decir, en el camino por el cual cada especie de vertebrado llegó a ser como es. Esto no quiere decir que necesariamente cumplan una función en el presente de la especie. Por ejemplo, el reciente desciframiento del genoma del pez globo Fugu (tan vertebrado él como nosotros) mostró que a pesar de tener un número de genes similar al nuestro, sus regiones intergénicas son muchísimo más cortas. ¡Y se las arregla perfectamente!

  El desciframiento de varios genomas, además del humano, reveló algo inesperado en cuanto a la relación entre la complejidad de un organismo y el número de sus genes. Por ejemplo, las levaduras cuales fabricamos pan, cerveza, vino y otras delicias< tienen 6.000 genes; la mosca Drosophila melanogaster, unos 14.000 genes; el gusano microscópico Caenorhabditis elegans, unos 19.000; y nosotros, los ratones (y muy probablemente todos los mamíferos), unos 30.000 genes. Estos números muestran a la vista que no es el número de genes lo que nos diferencia de los ratones, lo cual no asombra tanto porque es sabido que los ratones son muy parecidos a los humanos (¡sobre todo a algunos!).

  Pero lo más sorprendente es que tengamos menos que el doble de genes que un gusano, cuya complejidad y habilidades no hay duda de que son muchísimo más limitadas que las nuestras. La respuesta a semejante paradoja fue el descubrimiento de que los 30.000 genes humanos son capaces de codificar, en proporción, muchas más proteínas que los 19.000 genes del gusano, mediante un proceso llamado splicing alternativo. Este mecanismo, que hace que un gen pueda codificar más de un tipo de proteína y cuya regulación estudiamos en nuestro laboratorio, ya se conocía desde hace años pero se lo creía menos importante.

  Otra de las sorpresas del estudio del genoma es que la variación genética entre los humanos es mucho menor de lo que se pensaba. El ADN está formado por la seguidilla o secuencia de cuatro bases o "letras" químicas, llamadas adenina (A), citosina (C), guanina (G) y timina (T). Cualquier segmento de ADN representa un "texto", cuya información depende del ordenamiento en que se encuentren sus bases. Se trata de un texto escrito con un alfabeto de cuatro letras. Si se analiza un mismo segmento de ADN, entre centenares de humanos de distintos orígenes, se comprobará que su secuencia es muy similar, presentando en promedio 3,7 cambios entre un individuo y otro, cada 10.000 letras leídas. Esto quiere decir que nuestros genomas son aproximadamente 99,9% idénticos entre sí.

  Si se compara el mismo segmento entre decenas de chimpancés se comprobará que su variabilidad es 3 a 4 veces mayor. Es decir, los escasos 150.000 chimpancés que habitan las sabanas y selvas africanas y los zoológicos de la Tierra son mucho más distintos entre sí que los 6.000 millones de humanos del mismo planeta. Nuevamente la paradoja tiene su explicación: los cambios de letras en las secuencias de ADN se acumulan con el paso del tiempo y los humanos (no importa cuántos seamos) somos mucho más jóvenes como especie que los chimpancés.

  La fiebre por completar la secuencia del genoma del chimpancé parece haberse declarado. Dos grandes laboratorios, uno en Japón y el otro en Estados Unidos, han decidido colaborar en vez de competir. En el congreso de la Organización del Genoma Humano realizado en México el mes pasado, se presentó la secuencia del cromosoma 22 de chimpancé, homólogo del 21 humano.

  Por ahora se concluye que tenemos una similitud del 98% y que el número de genes es prácticamente el mismo. No obstante se sospecha que la regulación de los mismos marcará las diferencias cualitativas que nos hacen humanos. Tal vez, al completar el proyecto, se encuentre que tenemos uno o unos pocos genes de más o, por qué no, de menos.

  Las comparaciones de secuencias de ADN entre humanos indican que solamente un 10% de la variabilidad existente puede atribuirse a las diferencias entre las llamadas "razas". Por el contrario, las diferencias genéticas entre individuos tomados de a dos dan cuenta del 90% de la variabilidad genética existente. En términos más sencillos, una persona por ejemplo de Europa puede compartir muchas más variantes de secuencia de ADN con un asiático o un africano que con otro europeo del mismo color de piel. Dos negros africanos pueden distar mucho más genéticamente entre sí que cualquiera de ellos respecto de un blanco. Esto hace, por ejemplo, que en muchos casos la histocompatibilidad entre un negro y un blanco sea mayor que entre dos individuos de la misma "raza" y como consecuencia, un negro sea más apto como donante de órganos para un blanco que otro blanco.

Políticamente correcto

  El genetista Svante Paabo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, Alemania, es la autoridad más reconocida en genómica comparada de humanos y primates. Sus datos moleculares recientes no hacen otra cosa que confirmar las viejas, y tan polémicas como finalmente ciertas, afirmaciones del famoso genetista italiano Luca Cavalli-Sforza: las razas humanas no existen.

  En un reciente artículo en la prestigiosa revista Nature, Paabo dice: "... (las llamadas "razas") no están caracterizadas por diferencias genéticas fijas. Se ha comprobado que las pretensiones sobre diferencias genéticas fijas entre razas son debidas a un muestreo insuficiente. Además, debido a que el patrón principal de variación genética a lo ancho y a lo largo del globo forma un gradiente ... (continuo)..., la observación de diferencias genéticas entre "razas" es debida a errores de muestreo por estudiar poblaciones separadas por distancias geográficas grandes. En este contexto, vale la pena hacer notar que la historia de la colonización de los Estados Unidos es el resultado de un muestreo (parcial) de la población humana...(a partir de) pueblos de Europa, frica occidental y sudeste de Asia. Por consiguiente, el hecho de que los ''grupos raciales'' de los Estados Unidos difieran en frecuencias génicas no puede ser tomado como evidencia de que tales diferencias representan una verdadera subdivisión del reservorio genético humano a escala mundial. En vez de pensar en ''poblaciones'', ''etnias'' o ''razas'', una manera más constructiva de pensar acerca de la variación genética humana es considerar al genoma de cada individuo particular como un mosaico de variantes de secuencia...(en donde)...cada uno de nosotros contiene una vasta proporción de la variación encontrada en nuestra especie..."

  Todo parece indicar que ninguna "raza" tiene un grado de homogeneidad genética que la diferencie de las otras como para que sea lícito quitarle las comillas al término.

  A conclusiones similares llegó un trabajo que analiza la estructura de las poblaciones humanas con métodos estadísticos, publicado en la revista Science el pasado diciembre. Si bien existen variantes genéticas que confieren a quien las porta riesgos mayores de padecer ciertas enfermedades o respuestas diferenciales al tratamiento con medicamentos, muy pocas de tales variantes están confinadas a una "raza" o población en particular, como para dictar un criterio médico a aplicar al grupo entero.

  No obstante, existen diferencias observables en la incidencia de enfermedades y en los resultados de los tratamientos entre distintas poblaciones, pero no tienen nada que ver con la genética sino que están causadas por factores sociales, económicos o discriminatorios restringidos a ciertas poblaciones. La genetista norteamericana Mary-Claire King, quien otrora ayudó a las abuelas de Plaza de Mayo a identificar a sus nietos raptados por la última dictadura militar argentina mediante el análisis de ADN, afirma al respecto en el mismo número de Science: "la susceptibilidad a enfermedades puede estar agrupada genéticamente pero no geográficamente; geográficamente, pero no genéticamente; de ninguna de las dos maneras, o de ambas". Estos conceptos son una seria advertencia para las multinacionales farmacéuticas que, entusiamadas por la farmacogenómica, se proponen diseñar fármacos hechos "a medida" de las características genéticas del paciente. Esta estrategia podrá funcionar para individuos aislados, familias o incluso para ciertas poblaciones pequeñas con historias muy recientes (y alto grado de consanguinidad), pero parece difícil que sea aplicable a las llamadas "razas".

  Lo que King acertadamente menciona como condicionante geográfico pasa fundamentalmente por la vergonzosa asimetría en la distribución de riquezas a lo largo del eje Norte-Sur del planeta, que causa más enfermedades, más hambre y más muerte que cualquier condicionante genético.

  Podemos ponernos muy contentos porque la biología moderna nos brinda resultados "políticamente correctos" al demostrar que no hay razas, pero no creo que podamos conformarnos. Aun si la ciencia de los genes dijera que las razas existen, el racismo seguiría siendo injustificable.

  Las políticas discriminatorias y racistas no necesitaron nunca de bases científicas para ser practicadas. La utilización de esclavos negros por parte de los europeos que conquistaron América respondió a una necesidad económica de mano de obra para la conquista por parte de los imperios. La diferencia de color de piel y de cultura (por más que hoy sepamos que la primera responde a una diferencia de unos pocos genes y la segunda, a la de ninguno) fueron justificativos más que suficientes para la esclavización. No les hizo falta recurrir a reflexiones más profundas sobre la existencia de razas. Tampoco le hizo falta al nazismo una base genética robusta para elaborar la patraña científica racista que pretendió justificar la exterminación en masa de judíos y gitanos. La verdadera base del racismo es socioeconómica y no biológica.

  Parecerá extemporáneo hablar sobre estos temas en la Argentina de junio de 2003. Sin embargo, en los comienzos de un nuevo gobierno, reflexiones sobre la ciencia y la sociedad deberían llamar la atención de la ciudadanía de un país con un increíble caudal de científicos y jóvenes generaciones preparadas y talentosas, pero con escasísima inversión estatal en ciencia y tecnología. La ciencia, invento exclusivamente humano (los chimpancés no la practican), es una actividad no sólo inevitable porque está en la esencia de nuestro comportamiento, sino también generadora de pensamiento crítico, capital intelectual y capacidad tecnológica, valuartes sin los cuales será imposible construir una sociedad más justa, más próspera y más independiente.

(*) Director del Dto. de Fisiología, Biología Molecular y Celular de la FCEyN.

 

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