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Lunes 17 de octubre de 2005 Por Gabriel Stekolschik (*)
Cuando su teléfono celular sonó, se encontraba en un restaurante de Perth, en el oeste de Australia. Era una de las muy escasas ocasiones en el año en que él y Barry Marshall compartían una cena. La llamada provenía de Estocolmo. «Cuando llamaron por primera vez, no podía creer que fuera cierto, que realmente fuera el comité del Nobel», declararía más tarde Robin Warren a la agencia de noticias sueca TT. Seguramente jamás olvidarán esa noche. Probablemente también guardarán para siempre en su memoria aquellas vacaciones de las Pascuas de 1982 en que el personal del laboratorio del hospital Royal Perth dejó incubando inadvertidamente algunas placas de cultivo. Hacía entonces poco más de dos años que, examinando biopsias de estómago, el médico patólogo Robin Warren había hecho una observación sorprendente: en muchos casos, las muestras estomacales contenían un número elevado de bacterias, algo inesperado si se considera que la acidez gástrica destruye a este tipo de microorganismos. Pero los gérmenes que Warren veía con el microscopio estaban alojados debajo de la espesa capa de moco que protege la superficie del estómago de la acidez de los jugos digestivos. No fue fácil para Warren, ni para su entonces joven colaborador Barry Marshall, hacer crecer esas misteriosas bacterias. Pero luego de un año de intentos fallidos, llegaron las inolvidables Pascuas de 1982 con sus días de vacaciones, durante los cuales, inadvertidamente, algunas placas de cultivo permanecieron en la incubadora durante cinco días, en lugar de las 48 horas habituales. Y entonces sí aparecieron las colonias. Por fin habían logrado hacer crecer «in vitro» al escurridizo microorganismo que, al año siguiente, sería bautizado como Helicobacter pylori y que, poco más de dos décadas después, haría acreedores del premio Nobel a sus descubridores. Conejillo de Indias Mientras efectuaba los exámenes de las biopsias de estómago, Warren había observado que la presencia de Helicobacter pylori en ese órgano estaba frecuentemente asociada a una inflamación persistente del tejido estomacal, denominada gastritis superficial crónica. ¿Sería el microorganismo el causante de la inflamación?, se preguntaron entonces los científicos australianos. La pregunta irritó los estómagos de una gran parte de la comunidad médica. Porque hacía cuarenta años que se sabía que la mayoría de las personas que padecen úlcera gástrica también sufren de gastritis superficial crónica. Y durante generaciones, a los alumnos de medicina se les había enseñado que era el estrés el responsable de que el estómago produjera más ácido y que éste, a su vez, era el que generaba la úlcera. La idea de que una bacteria podía sobrevivir en un medio tan inhóspito y provocar gastritis e, incluso, úlcera fue entonces calificada de absurda. No obstante, Marshall decidió probar la hipótesis por sí mismo y, junto a otro voluntario, ingirió un cultivo de Helicobacter pylori. Ambos tenían el estómago sano, y ambos desarrollaron gastritis como consecuencia de la ingestión. Los estudios posteriores demostraron la presencia de la bacteria en la mucosa estomacal. Hoy se sabe que casi todas las personas infectadas con Helicobacter pylori adquieren gastritis superficial crónica. También se sabe que, si no se trata, infección e inflamación se prolongarán decenios e incluso durante toda la vida. Más aún, esta afección puede terminar en úlcera de estómago o de duodeno (el tramo de intestino situado a continuación del estómago). Algunos estudios indican también que el Helicobacter pylori puede ser también –a largo plazo- el causante de varias formas de cáncer de estómago. El microbio del premio La mayoría de las bacterias no logran sobrevivir en un ambiente ácido. No obstante, el Helicobacter pylori no es la única excepción. Desde su descubrimiento, se han aislado microorganismos a partir del estómago de primates y otros mamíferos. Estas bacterias, todas miembros de la familia de Helicobacter y con un antepasado común, desarrollan formas en espiral y evidencian una gran movilidad (nadan muy bien), propiedades ambas que las capacitan para resistir las contracciones musculares que con regularidad vacían el estómago. Además, alcanzan un crecimiento óptimo con niveles de oxígeno del 5 por ciento, propio de la capa de moco del estómago (el aire ambiental contiene un 21 por ciento de oxígeno). Asimismo, todas estas bacterias sintetizan ureasa en abundancia, una enzima que descompone la urea en dióxido de carbono y amoníaco. Esta última sustancia es alcalina y, posiblemente, le sirva al microorganismo para neutralizar el ácido de su entorno, y asegurarse la supervivencia. «Es un microorganismo muy interesante desde el punto de vista ecológico porque vive en un ambiente tan extremo que, prácticamente, no tiene competencia», señala la doctora Julia Pettinari, profesora adjunta de Microbiología, en el Departamento de Química Biológica de la FCEyN. «Esto hace que, a diferencia de la mayoría de las bacterias, carezca de un sistema denominado “de respuesta estricta”, que hace que los microorganismos detengan la maquinaria de síntesis de proteínas y dejen de reproducirse cuando hay escasez de nutrientes en su entorno», ilustra. Negocio sin premio «Gracias al pionero descubrimiento de Marshall y Warren, la enfermedad de úlcera péptica ya no es crónica, frecuentemente provocando una condición de invalidez, sino que es una enfermedad que puede ser curada con un corto tratamiento de antibióticos e inhibidores de la secreción de ácidos», sostuvo la Asamblea del Nobel del Instituto Karolinska de Estocolmo en el momento de anunciar el premio. Horas más tarde, y luego de su inolvidable cena en el restaurante de Perth, uno de los premiados confesaría a la agencia de noticias sueca: «Pensé que era un nuevo y excitante descubrimiento, pero no creí que fuera el tipo de descubrimiento por el que uno gana el premio Nobel». Probablemente, en aquellas vacaciones de Pascuas de 1982 tampoco podía haber imaginado que sus resultados obligarían a las compañías farmacéuticas a replantear los tratamientos para una enfermedad que afecta a millones de personas, en un mercado que vale miles de millones de dólares.
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Centro de Divulgación Científica - SEGBE - FCEyN. |
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