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Viernes 23 de septiembre de
2005 Sequías, veranos más cálidos, huracanes más destructores, inundaciones en todo el mundo. Los efectos de la actividad humana sobre la atmósfera se hacen sentir con mayor frecuencia. Y no hay región a salvo. En la Argentina, según los especialistas, el calentamiento global provocará el aumento de tormentas severas, entre otros fenómenos extremos. Por Martín De Ambrosio. Cuatro años, ocho meses y dos semanas duraron las lluvias en la Macondo de García Márquez, bastante más que los cuarenta días y cuarenta noches del diluvio bíblico. Como sea, semejantes catástrofes imaginarias palidecerán en comparación con lo que, según todo indica, serán las catástrofes reales causadas por el cambio climático global. Y no habrá solamente lluvias; también se multiplicarán las sequías, los huracanes (sobre todo en el Hemisferio Norte), las inundaciones, y una larga lista de etcéteras. Por si fuera poco, además, eventos antes impensables como la total devastación de Nueva Orleans empezarán a ser cotidianos. Sin ir más lejos, y todavía con el agua en las terrazas de Louisiana, esta semana el avance del huracán Ofelia obligó a la evacuación de algunos pueblos costeros de Carolina del Norte. Los científicos no dudan de que semejantes desastres "naturales" son, en realidad, efecto directo de la actividad humana. Como para corroborar el panorama, el viernes la revista Science publicó el resultado de una investigación conjunta del Instituto Tecnológico de Georgia y el Centro Nacional de Investigación Atmosférica norteamericano, que asegura que en los últimos 35 años se duplicó la cantidad de huracanes de categorías 4 y 5 (los más bravos), pese a que el número total bajó desde 1990 (ver gráfico). En pocas palabras, menos huracanes pero cada vez más fuertes. "Por año, hay un promedio de 18 huracanes de máxima categoría (con vientos de más de 200 kilómetros por hora) en todo el mundo. Es el doble de lo que teníamos", explica Peter Webster, uno de los científicos encargados del estudio. Pronóstico. Este aumento tiene que ver con otro: el de la temperatura de la superficie marina. Esa es precisamente la razón por la cual no se dan "Katrinas" en el Atlántico Sur: la temperatura de los mares que bañan la costa argentina (todavía) no es suficientemente alta. "El mar debe estar como mínimo a 27 grados centígrados para que se forme un huracán', explica Inés Camilloni, del Departamento de Peligro en el Río de la Plata FP Ciencias de la Atmósfera de la UBA. Sin embargo, la científica del Conicet asegura que nadie en el mundo se salvará de las consecuencias de los cambios climáticos ocasionados por la actividad humana. "Todos los estudios indican que va a haber un aumento de eventos extremos, cantidad de lluvias, vientos fuertes, inundaciones y sequías", enfatiza y recalca que las clásicas sudestadas que azotan al Río de la Plata serán cada vez más frecuentes. Según Camilloni, el cambio climático tiene patrones por momentos cauriosos, que hacen que mientras las lluvias aumentan en las costas del este en todo el mundo, en las del oeste empiezan a predominar las sequías. Chile, Australia y la península Ibérica están viviendo estos fenómenos de bajas o nulas precipitaciones. "Tenemos que esperar este tipo de contrastes", augura Camilloni. Desde 2001 existe consenso científico acerca de que todos estos desastres se originan en la quema de combustibles fósiles. Y por más que se apliquen protocolos paliativos como el de Kyoto, por la inercia de los sistemas meteorológicos, el clima de los próximos 20 o 30 años está determinado por lo que ya se ha hecho. Parece que habrá que adaptarse a esta incipiente "era de las catástrofes".
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