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Lunes 12 de junio de 2006 Es una noticia tan alarmante como confiable y nos dibuja un planeta donde las condiciones de vida cambiarán drásticamente en medio siglo. Sobre este tema se ocupan David Carlson, geólogo y director del Programa Internacional del Año Polar Internacional (API); Sergio Marenssi, profesor del Dto. de Geologia de la FCEyN y director del Instituto Antártico Argentino (IAA) y Viviana Alder, también del IAA y bióloga del grupo de investigación de Planctología de la FCEyN. Por Daniel Arias (*)
"En 50 años más, habremos perdido los hielos del Polo Norte. Estaremos como en un planeta nuevo, que no sabemos cómo será", dice el doctor David Carlson, geólogo y director del Programa Internacional del Año Polar Internacional (API), en 2007. Con un corpachón de oso, flequillo rubio y campera roja, Carlson podría pasar por uno más de los miles de ecoturistas que, camino de la Antártida, recalan en Ushuaia, ciudad arrinconada entre la blancura cegadora del macizo Le Martial y la vastedad gris del canal Beagle. Pero Carlson es uno de los invitados de Ecopolar 2006, evento preparatorio del API y organizado a fines de mayo por el Instituto Antártico Argentino y la Dirección General de Asuntos Antárticos de la Cancillería, con científicos del Centro Austral de Investigaciones Científicas (Cadic), instituto local del Conicet. El API, que durará dos años, será el máximo esfuerzo científico colectivo de la historia. Hoy, reúne a unos 10.000 investigadores de 50 países, que tendrán 1000 millones de dólares para realizar mil proyectos de investigación, de los que la Argentina tiene 15 a cargo. El objetivo es entender adónde nos conduce el cambio global, aunque por lo que se sabe hasta la fecha, no es a nada bueno. Consciente de ello, en su papel de vocero del API, Carlson evita con cautela los "excesos mediáticos". Por ejemplo, clasifica los pronósticos de máxima credibilidad con tres estrellas cuando la información está consensuada por distintas publicaciones, proviene de diferentes fuentes, parte de registros de instrumentos diversos, o si las mediciones cubren largos intervalos de tiempo. Luego le da sólo dos estrellas de puntaje a la información de igual calidad, pero con datos obtenidos en un mismo período. Y apenas una sola estrella a los vaticinios de una única fuente. "Que en medio siglo perdemos el Polo Norte blanco de hoy, y sólo queda mar azul, sin hielo, es información de tres estrellas -afirma-. Desde que se empezó a medir por satélite en 1979, cada año pierde un 8% de su superficie helada. Promediando este siglo, será historia..." ¿Y en la Antártida? El año 2056 podrá ser pésimo para ser oso polar. Pero la desaparición de los osos, junto con la de morsas, belugas, focas arpa, zorros polares y el resto de fauna ártica, además de dejar a los pueblos inuit sin caza y a merced de la caridad estatal canadiense o rusa, será el primer eslabón en fallar en una cadena de eventos que llega al otro polo. Fundidos los hielos del Norte, lo primero que sucede es una disminución drástica de la radiación solar total reflejada por la Tierra. Es que el hielo actúa como un espejo, pero el mar absorbe la luz visible e infrarroja del Sol como si fuera una esponja. Esto realimentaría el calentamiento en curso del mar y de la atmósfera, y podría disparar el derretimiento -también en curso- de masas de hielo sobre tierra, mucho mayores y más amenazantes para las ciudades costeras del mundo: las de la Antártida en primer lugar, y las de Groenlandia, en segundo. Las temperaturas mínimas medias en la Antártida ya subieron 3 grados desde los 50. Y ahí es donde falta, según Carlson, información "tres estrellas". Las muestras testigo de hielo profundo de la base antártica Vostok muestran, con sus burbujas de "aire fósil" atrapado, que en los últimos 400.000 años la atmósfera terrestre tuvo, con cinco alzas y cuatro bajas, una media de 250 partes por millón (ppm) de dióxido de carbono (CO2). Alzas y bajas Esas alzas y bajas de CO2 estuvieron asociadas a períodos cálidos y a glaciaciones respectivamente, lo que subraya el rol de esa molécula como princeps inter pares entre los muchos gases invernadero. Pero en 1957, la humanidad ya había quemado tanto carbón y petróleo que el CO2 se había ido a 315 ppm, y en 2005 la tasa fue de 385 ppm. "Para el 2100, y según un modelo predictivo de la química de la atmósfera con el que concuerdan diez países -dice Carlson- tendremos 800 ppm si seguimos sin cambios de política con los combustibles fósiles; 680 ppm, si forzamos ya mismo una baja del uso de fósiles y damos más penetración a la energía nuclear y las renovables, y 500 ppm, en un escenario hoy impensable, de fuertes restricciones a la quema de carbono fósil." Una de las muchas tareas del API, entonces, será perforar mucho más profundamente en los casi 4 kilómetros de hielo antártico y llegar al de hace 1,2 millones de años. Y según la correlación entre el CO2 que se encuentre y el clima global de ese pasado tan remoto, tratar de entender qué depara el futuro. La intervención en Ecopolar 2006 de la doctora Viviana Alder, bióloga del Instituto Antártico Argentino, da una idea de cuánto ignoramos. "Al perder plataformas de hielo flotante antártico -dijo Alder-, estaremos perdiendo también varios sumideros de carbono, es decir, ecosistemas que limpian de CO2 la atmósfera. Hablo de algunas zonas del mar circumpolar, como la de la península Antártica, muy ricas en nutrientes y en producción de diatomeas." Según Alder, esas algas microscópicas atrapan CO2 por fotosíntesis, y al morirse y hundirse se lo llevan al fondo del mar para volverse barro y roca, con lo que lo eliminan a mucho mayor plazo y quizás en mayor cantidad que los bosques tropicales. Pero además, las diatomeas son el menú principal del krill, que sería un organismo clave, aunque quizá no el único, del ecosistema marino antártico y de sus pesquerías. Fantasma inquietante El fantasma que inquieta a Alder es que la creciente fusión del hielo dulcifique el agua circumpolar mientras se eleva su temperatura. En los acuarios experimentales que tiene Alder, en el agua menos rica en nutrientes y más cálida predominan decenas de otros organismos unicelulares menores, como las cianobacterias. Y lejos de irse al fondo al morir, flotan y se descomponen cerca de la superficie, lo que devuelve CO2 a la atmósfera. ¿Qué impacto climático tiene que el mundo pierda sumideros de carbono que no se han medido y cuya existencia es novedad hasta para científicos? No se sabe, pero podría ser mucho más caro perder esos sumideros que las actuales pesquerías antárticas basadas en el krill, lo que probablemente también sucederá si desaparecen las diatomeas. "En las islas Georgias -confirma la doctora Andrea Raya Rey, del Cadic-, en los años de altas temperaturas del agua superficial fracasó la temporada reproductiva de los lobos de dos pelos y de los pingüinos papúa porque en esos años hubo mucho menos krill. Y éste es un dato «de tres estrellas», con dos décadas de estudios múltiples." Lo único cierto, como dice el doctor Sergio Marenssi, director del Instituto Antártico Argentino, es que el API 2007 será el momento para poner en claro cientos o miles de preguntas como esa, en las que están en juego la biodiversidad mundial, la economía humana y la calidad de vida de la civilización. "Si medimos el API según el Año Geofísico Internacional de 1957, que fue el último evento parecido -dice Marenssi-, diría que estamos al borde de una revolución conceptual en el conocimiento de la Tierra. En 1957 la hubo, pese a que participaron pocos países y no existían los medios tecnológicos actuales, ni los satélites, ni las supercomputadoras, ni los sensores remotos en las profundidades del hielo, de la atmósfera y del océano. El problema es que estaremos investigando el fuego mientras se quema la casa." Algunos cientos de metros arriba del hotel donde sesionó Ecopolar 2006, más allá del límite del bosque de lengas y ñires, los hechos le daban razón a Marenssi. Los deslumbrantes hielos del glaciar Le Martial, fuente de agua potable de Ushuaia, están en rápido retroceso desde los años 70. Desaparecerán dentro de 15 años... (*) Diario La Nación.
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