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Viernes 20 de mayo de 2005 El compuesto desarrollado por biólogos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA resulta tan atractivo para estos insectos como un animal vivo. Las vinchucas son el principal vector del mal de Chagas, que afecta en América a 18 millones de personas. El descubrimiento podría utilizarse para diseñar trampas. Por Nora Bär (*) Se calcula que en el continente americano hay unos 18 millones de personas afectadas por el mal de Chagas, una parasitosis descubierta en 1909 y que en el 80% de los casos es transmitida por la picadura de la vinchuca. Dado que la presencia del parásito es endémica en las zonas más pobres de la región y frecuentemente los afectados no saben que lo están ni acceden a los tratamientos, esta tragedia silenciosa se cobra todos los años alrededor de 43.000 vidas. En este escenario, el hallazgo de los biólogos argentinos Claudio Lazzari y Romina Barrozo adquiere una relevancia nada desdeñable: ellos desarrollaron una mezcla de compuestos capaces de atraer a estos insectos hematófagos. "Durante el desarrollo de su tesis doctoral en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, que dirigí, Romina analizó el comportamiento de las vinchucas ante un gran número de sustancias y combinaciones de sustancias, y logró desarrollar una mezcla de compuestos tan atractiva para estos insectos como un animal vivo", explica el profesor Lazzari desde Tours, en Francia, donde reside desde que en 2003 ganó un puesto de profesor en la Universidad François Rabelais a través de la revista Nature. El trabajo, realizado íntegramente en la Argentina, se publica ahora en una de las revistas internacionales mas prestigiosas de la especialidad, Chemical Senses, y deja abierta la posibilidad de contar con nuevas herramientas de control de los vectores del mal de Chagas. Hace muchos años que Lazzari trata de entender cómo hacen las vinchucas para encontrar alimento. "Primero descubrimos que usan el calor emanado del cuerpo de los animales de sangre caliente como una señal a la hora de buscar comida -cuenta Lazzari durante una comunicación telefónica desde Francia-. Pero, lógicamente, el cuerpo también emite olores que los insectos aprovechan. Sabemos que la piel libera más de 350 sustancias volátiles, aunque las vinchucas no las usan todas, de modo que la pregunta que teníamos que contestar era cuál era la efectiva en este caso." Barrozo tomó el tema en sus manos y empezó a estudiar qué compuestos les resultaban atractivos. "Nuestros grupo ya había identificado algunos receptores sensoriales de las vinchucas, ubicados en las antenas, que podían responder -explica el científico-. En este estudio se trataba de reproducir una situación real que nos permitiera, por ejemplo, producir una trampa para estos insectos." La tarea, basada en el método de ensayo y error, no fue fácil. "Tuvimos que controlar muy bien las condiciones de trabajo -cuenta Lazzari-, porque había que verificar que la vinchuca estuviera respondiendo a las condiciones que le presentábamos y no a otros elementos del ambiente." Una condición importante fue que los investigadores estuvieran bien separados del "campo de operaciones", para evitar que los aromas y el calor que despedían sesgaran los resultados. Fue así como tuvieron que diseñar un dispositivo que les permitiera sostener a la vinchuca, estimularla de manera controlada y medir su comportamiento. Para hacer las observaciones, hacían circular dos corrientes de aire exactamente iguales, en una de las cuales se agregaban cantidades conocidas de una sustancia con un determinado olor. "Medimos la reacción frente a la sustancia y el umbral de respuesta para ese olor -dice Lazzari-. Si con el compuesto A medíamos cierta sensibilidad, para el B otra más alta y para ambos juntos la respuesta se disparaba, eso significaba que el animal estaba integrando esa información como si se tratara de una fuente de alimento potencial. Vimos que ciertos compuestos, cuando eran presentados individualmente, resultaban indiferentes para el insecto. Pero cuando se presentaban juntos daban una respuesta importante." Los investigadores utilizaron más de una docena de sustancias, entre ellas, octenol, ácidos propiónico y valérico, dióxido de carbono... "Algunas tienen olores familiares -concluye Lazzari-, otras no somos capaces de olerlas, pero constituyen una señal química importante para los insectos hematófagos, porque se liberan en grandes cantidades con la respiración y ellos aprendieron a utilizarlas a lo largo de la evolución." Información relacionada: http://www.fcen.uba.ar/prensa/noticias/2004/noticias_19jul_2004.html (*)
Diario La Nación. |
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